lunes, 11 de julio de 2022

UNA FOTO



Una de las fotos familiares que más quiero es la que retrata a los dos hermanos de mi madre, mi tío Augusto y mi tío Yofre. Mi hijo Antonio la presentó como pieza de arte en su galería LAPIEZA, en la calle de la Palma en Madrid, junto a un hornero de barro que traje sobre mis rodillas desde argentina. 12 horas de viaje, en una caja de cartón que preparó con mimo y sonrisas mi hermana la Berta, enamorada siempre de todo lo vinculado al campo y de quien hablaré largo y seguro que muy emocionada en otro texto. Esta foto que los muestra delante de una casa de campo, que yo desconozco, pero que intuyo que fue donde volvió a vivir mi tío después de separarse de nuestra querida tía Lucía, a quien queríamos todos pero que según lo que nos relató mi madre, la dejó de querer, al enamorarse de otra señora en sus viajes sucesivos al campo. Como dice Cortázar cuando ya no te quieren lo sabrás, aunque no te lo digan. Lo sentirás desde lo más profundo, porque la indiferencia jamás pasa desapercibida. Así lo relató mi madre que nunca dejó de visitar a mi tía lucía y a sus tres hijos. Lita, Pocho y Cholito. Pero como decía ella, mi hermano del alma es Augusto y le pidió a todos que le cuidaran y lo apoyaran en ese destierro voluntario por amor que lo hizo abandonar su casa, su ciudad y todo lo que había cultivado hasta ese momento.

Mi madre  que adoraba a sus hermanos le encargó especialmente al tío Yofre que fuera a visitarlo, que le sacara una foto y que le hiciera saber que ninguno de los hermanos lo juzgaba, había quien estaba más o menos de acuerdo pero que él seguía ocupando el mismo lugar de siempre sobre todo en nuestra casa y en el corazón de mi madre. Así fue como nuestro tío volvió a  tomar el vermouth junto a mi madre y su otro hermano en el patio de la casa de mis padres. Eran tan distintos y tan iguales en la forma de expresar la afectividad, muy Nicolle, efusivos, cariñosos, sensibles y cuando se emocionaban, lloraban. Augusto, gordito, bonachón, no muy alto, pelirrojo como mi madre, muy colorado, sobre todo cuando reían con mi madre contando bromas y después de haberse tomado un par de martinis secos con soda y limón en medio de las suculentas picadas que les servía mi madre cuando estaban juntos. A la hora indicada del vermouth, las 12 del mediodía, tenía  unos pequeños ojos verdes, expresivos y vivaces. Vestía con cierto desaliño, venía del campo directo a ver a mi madre antes de ir a su casa y traía la tierra de esos caminos del norte, mi madre le esperaba a que se aseara en el baño de casa, y le ofrecía peine y colonia. Le gustaba que cuando llegara a ver a Lucía; estuviera presentable y perfumado. Para mi madre era su hermano preferido y se lo hacía saber. El tío Yofre, espigado, muy delgado y alt, pequeños ojos muy azules, tenía una nuez pronunciada en el cuello. Siempre llegó con traje a casa. Yo lo recuerdo con un traje de poplin azul, camisa blanca y corbata oscura. Gran fumador, su pitillo no se caía de su boca. Con uno encendía el siguiente, dicharachero y gran narrador. Mi padre se sentaba a escuchar sus historias camperas, era una de las pocas personas a la que podía escuchar horas. Compartía con él algunas aficiones que concretaba  cuando bajaba de su campo, donde vivió toda su vida junto a su mujer, ema y sus siete hijos, sí cuando bajaba del campo a la ciudad, córdoba y paraba unos días en casa. Mi padre sacaba entradas para ir al hipódromo a ver las carreras de caballos y hacer las apuestas de rigor- el día que llegaba ya le miraba a mi padre con cierta complicidad y le decía: Baudilio, este domingo vamos a las carreras de  burros y mi padre, complaciente con él, como con pocos, sacaba las entradas y se pasaban una tarde de burros que los devolvía al campo, su campo, a los caballos. Esas pequeñas aficiones compartidas del origen con lo que se demostraban mutuamente el cariño.


https://lapiezalapieza.blogspot.com/2011/09/memoria-1.html

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