miércoles, 15 de abril de 2020

EL REENCUENTRO

Por suerte el tiempo ayudó y llegábamos con sol, no corría ni siquiera una brisa y las temperaturas elevadas nos habían sonrojado las mejillas. Mi madre cubría su cabellera pelirroja con un pañuelo de seda a cuadros y su traje saco. Azul oscuro empolvado y arrugado después de un viaje de unas cuantas horas. Tal cual lo había anticipado mi madre, a través de la ventana vi corretear al costado del autobús a mis primos, no recuerdo si estaban todos pero si se que estaban los que eran más o menos de mi edad. De pié bajo el frondoso eucalipto estaba mi tía Cacho con su sonrisa inconfundible y con sus ojos verdes dulces con los que la recuerdo hasta hoy. También a mi madre la noté emocionada y con lágrimas en sus ojos. Un año es mucho tiempo para no ver a mi familia, solía decirle a mi padre, que siempre ayudó para que los encuentros fueran fluídos y fraternos. Se bajó raudamente del autobús y se fundieron con su hermana en un abrazo,que debió durar un largo rato, entre lágrimas, risas y carcajadas. Mi madre tubo siempre una risa franca y contagiosa. Esta era su hermana del alma, menor que ella y con ocho hijos vivos, algunos de los cuales nacieron en Córdoba, casi en mi casa donde mi tía llegaba para los partos. Casada con el hermano pequeño de mi padre por lo que el parentesco era de casi hermanos con mis primos, todos varones menos una, que nació melliza con un chico y que cerró la saga familiar. Mi tía ya había logrado tener su tan ansiada hija mujer. Y así fueron los últimos. Yo abrazaba a todos mis primos una y otra vez, esta rama de los Nicolle nos caracterizamos por saber manifestar corporalmente el afecto, somos efusivos, nos emocionamos con facilidad y derramamos alguna lágrima entre abrazo y abrazo.

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