Mario llegó para ayudarme con
los preparativos, como a las nueve de la noche ya estábamos sentados
alrededor de la mesa, la reunión fue distendida y amena, tocaron un rato la
guitarra, apagué las velas, comieron la torta y el postre y como
habíamos decidido, cortamos a las doce de la noche. Nos quedamos recogiendo y
comentando el festejo, y yo comencé a sentir algunos dolorcitos, que se fueron
intensificando poco a poco. Mi ginecólogo el doctor Morososki, que me atendía
en el hospital privado, me había comentado todo lo que hay que saber antes de
un parto, sobre todo cuando eres primeriza, mario caminaba nervioso de la
cocina al salón y se tomaba un chupito de ginebra entre paseo y paseo,
calculaba el tiempo de las contracciones con verdadera rigurosidad y sin
pensárselo dos veces, decidió que mis contracciones indicaban el parto
inminente. En esa época todavía no
teníamos coche, por lo que voló hacia la calle a buscar un taxi, por suerte en
ese tiempo pasaban con mucha frecuencia en esa arteria principal del barrio. Fuimos hasta la casa de mis
suegros, que vivían en nueva córdoba y más cerca del hospital que
nosotros, los levantamos a las tres de la mañana y nos fuimos en su
coche, los cuatro, mis suegros, mario y yo. Mis contracciones eran cada vez
más seguidas pero cuando llegamos al hospital nos mandaron nuevamente a casa
pues no había dilatado lo suficiente. Volvimos en medio de mis
contracciones ypara hacer más soportable la espera, abrí los regalos que
me habían comprado por mi cumpleaños, ya era 9 de julio todavía lo
recuerdo con alegría y mucho agradecimiento a esos dos suegros
maravillosos con los que me premió la vida. Imposible dormir con aquél
escenario, hoy reflexiono sobre el valor que tenemos las mujeres al parir
porque es realmente un momento muy muy doloroso. Cuando llegaron las primeras
luces de la mañana, emilia, mi suegra dijo que ya era el momento de volver al
hospital nos fuimos y efectivamente me llevaron directamente a la sala de
partos y después de una hora aproximada con contracciones fuertísimas, y
arrepintiéndome de haber probado aquél suculento locro, apareció paula a
las ocho de la mañana. Qué felicidad se siente cuando
ya puedes relajarte con el bebé en tus manos, es indescriptible. El sentido de responsabilidad
que mantienes durante nueve meses, se relaja y sientes que ya el deber de
velar por él es compartido al igual que esa inmensa
alegría. Fue el mejor cumpleaños y el
mejor regalo que he tenido en los 70 aniversarios que ya he festejado, una hija
preciosa que tiene la misma sonrisa que entonces.
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