martes, 26 de mayo de 2020

ALPUJARRAS


YA instalados en la nueva casa de san mateo, empezaron a llegar amigos y familia. Emilia acababa de regresar a argentina y mis hermanas berta y martha anunciaron que llegaban a fetejar año nuevo con nosotros. Las recibimos en el aeropuerto  de barajas el día 28 de diciembre, el mismo día de los santos inocentes que llegamos nosotros a madrid en el año 1976. Había transcurrido poco más de una década y ya teníamos ganas de encuentros y festejos familiares. Desde que llegaron  mis hermanas , estuvimos preparando el fin de año y el comienzo del 1988, queríamos que conocieran la fiesta del 1º de enero en la puerta del sol de madrid, donde se comen las 12 uvas al ritmo de las doce campanadas que marca el reloj de la torre del ayuntamiento , anunciando el comienzo del nuevo año ,  se piden en secreto los doce deseos, uno por cada uva que te comes y luego  se descorchan los champanes, los cavas que llevas para regar tan importante momento.Preparamos una cena deliciosa que compartiríamos con amigos que llegaban de barcelona y amigos que vivían en madrid. Antonio y paula compartirían también  con sus amigos andrés y soledad que llegaron con sus padres. En las mesas preparadas nos sentamos  más de quince personas, todas aportaban un plato, o un postre, y bebidas para los brindis. Fue una cena divertida contando como siempre las historias vividas durante los años  transcurridos fuera de nuestra tierra. 

Como teníamos ya costumbre, porque lo hicimos todos los años vividos en madrid, sin claudicar nunca y algunas veces con paraguas,  a las 11,30 horas de la noche, cogimos las bolsitas  individuales, preparadas con las 12 uvas, los champanes, abrigos, gorros , guantes ,  bufandas  y emprendimos la caminata hasta  la puerta del sol, atravesando la calle montera que  se transforma  ese día y a  esa hora en un hervidero de gente, vestida de fiesta, para tan especial ocasión,  con sombreros algunos , máscaras,  sobre todo mucho mucho glamour.



Habíamos alquilado el coche en el que viajarían Berta, Martha y Antonio. En la ranchera verde cargada con todo lo necesario como siempre, Mario, Paula y yo. Ya festejada la gran noche del 31 de diciembre  y con las canastas llenas de las comidas preparadas el día anterior para la gran cena, arrancamos nuestro viaje hacia granada, ese 1º de enero de 1988. Habíamos recorrido los primeros 200 kilómetros y paramos a descansar y comer alguna de las exquisiteces que traíamos en nuestros tuppers. El lugar era perfecto. Un bosque  de pinos con una mesa de merendero que invitaba a sentarse. Berta paseó por los alrededores del bosque y volvió con dos sillas plegables que algún viajero olvidaría o tiraría en medio de la maleza. Estas sillas nos acompañaron a lo largo de todo nuestro viaje. Al llegar a granada  encontramos un hotel pequeño y acogedor que nos albergó dos noches, las necesarias para poder recorrer  la ciudad y visitar nuestra querida alahambra. Era invierno, muy soleado, tiempo perfecto para disfrutar de una andalucía luminosa y con poco turismo. Siempre recuerdo y no puedo dejar de expresar la fascinación que hasta hoy me produce recorrer los jardines que rodean estos palacios donde la esencia árabe se manifiesta en los aromas, en los sonidos del agua y en los  encajes de las yeserías  que dejan pasar la luz, tamizada y sensual entre los calados de sus muros. 

Embelesados  aún por el encuentro con la magia del al-alándaluz 
Emprendimos la siguiente etapa del viaje. La idea de recorrer los pueblos de las serranías granadinas, las alpujarras nos conectaba  a mis hermanas y a mi con la infancia, cuando visitábamos a mis abuelos en el campo o cuando viajábamos con mi padre al suncho, una pequeña estancia que tuvimos desde niños y donde pasábamos veranos inolvidables, entre las vacas, las cabras, ,  montando a caballo  a campo  abierto o disfrutando de la lumbre en la cocina con horno de leña. Hicimos el recorrido de granada  por la sierra disfrutando de unas vistas camperas que nos llevaron al tiempo de nuestra niñez.  Llegados a pampaneira, el día perdía lentamente su luz por lo que buscamos donde alojarnos. Una señora del pueblo nos alquiló dos grandes habitaciones contiguas en su casa. Unas habitaciones muy bien cuidadas con sábanas almidonadas y con puntillas realizadas con sus manos, los famosos encajes de bolillo que las mujeres  del pueblo mantienen generación tras generación. 


Dormimos de maravilla y nos despertamos  escuchando las gallinas que cacareaban desde muy temprano. Cuando fuimos lentamente desfilando uno en uno hacia la cocina , la señora había desplegado ya, sobre un mantel blanco bordado con punto de cruz  panes; bollitos, mermeladas caseras, mantequilla de leche de las vacas de la casa.  Y un ramillete de lilas recién cortadas decoraban la mesa. Todo un detalle en este pueblo que parecía sacado de un cuento que narra una abuela a sus nietos.Tan a gusto estábamos aquí que decidimos quedarnos las noches que hicieron falta para recorrer los otros pueblos blancos.Seguimos esa mañana comprando alguna artesanía y pequeños recuerdos de un lugar donde nos trataban tan bien mis hermanas compraron jarapas y paula y antonio sus botijos para el agua. Este valle alpujarreño de 70 km de longitud a los pies de sierra nevada y enclavado entre las provincias de granada  y almería. Con sus paredes encaladas, con chimeneas en las azoteas  blancas  al más genuino estilo berebere donde los rincones moriscos  con higueras o glicinas nos obligaban a sentarnos y contemplar. Los paisajes. Recorrimos capileira y bubión  admirando el paisaje a cada paso. Lanjarón donde bebimos de sus fuentes. Conocimos órgiva  en el parque natural se sierra nevada. Los pueblos de pitres y trevelez  con los originales azulejos hechos a mano, todavía hoy tengo un pequeño recuerdo , una tecela con el pico de un gallo. Nos llegamos a trevelez donde nos sorprendieron las filas de burros con sus alforjas cargadas de jarapas. Este pueblo según nos dijeron era el más alto de españa y donde compramos un jamón delicioso que matizó los bocadillos del viaje. Completando la ruta de los pueblos donde pasamos unos días imborrables decidimos bajar al mar para conocer salobreña  y motril. Agradecimos mucho a la encantadora señora que nos alojó en su casa y nos enseñó sus manualidades y las delicias de mermeladas y bollería casera que ofreció en cada desayuno- recogimos los coches y dejamos las alpujarras.

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