Recuerdo que en mi colegio de primaria, el manuel lucero, escuela pública, casi única en el extendido barrio de alta córdoba y que recibía a niños de toda condición social y religiosa, fui muy feliz. En esos años los días " patrios" como se llama a estos días señalados en el calendario en rojo. Los maestros preparaban las fiestas escolares. Para lograr buenos resultados en las canciones corales, en las representaciones teatrales, en los discursos alusivos, en la declamación de poesías sentidas y alegóricas. La preparación y ensayos se hacía con antelación, acomodando el calendario escolar para disponer de todas las horas que fueran necesarias para lograr estos objetivos. Esos días, los mejores alumnos de sexto y último grado de la primaria, eran los encargados de llevar la bandera, es decir, eran los abanderados y tenían dos o cuatro escoltas que flanqueaban al o a la que llevaba la bandera.. Eran los cuatro mejores promedios después del mejor promedio, claro , del que portaba tan importante insignia. A mi y casualmente a mario, nos tocó ser los elegidos para esta representación tan honorífica. Dicho esto , durante todas las ceremonias escolares , los actos comenzaban con la aparición del abanderado y de los dos o cuatro escoltas, que se situaban en el centro del escenario mientras sonaban las notas del himno nacional...."oíd mortales el grito sagrado, libertad libertad libertas, oíd en ruido de rotas cadenas ved en trono a la noble igualdad" Al terminar el himno nos retirábamos y volvíamos al escenario para cerrar el acto e izar la bandera. Esos días de invierno íbamos a la escuela de punta en blanco, tengo fotos tanto mías como de mario que muestran el empaque que nos preparaban nuestros padres , nos mandaban al colegio emperifollados de etiqueta, guardapolvos impolutos, blancos níveos, almidonados, guantes de algodón blancos, zapatos blancos las niñas y negros de charol, los niños, calcetines impecaples , y una vincha o moños blancos en el pelo bien alisado .
Todo lo externo que llevábamos para mitigar el frío en esas mañana escarchadas de junio, julio y mayo como gorros, bufandas, o algún blaser, quedaban dentro del aula, nos despojábamos de todo lo superfluo para lucir sólo lo blanco con una gran escarapela azul celeste, el color de la la bandera. Ese sexto curso con mi maestra del alma, la señorita carrizo me marcó un final de la infancia, impecable junto a un curso de cuarenta niñas almidonadas y entusiastas. Recuerdo que cuando cursé el tercer grado, tendría 8 o 9 años, me eligieron junto a otras niñas para bailar algunas Piezas folclóricas, zambas, gatos, chacareras, malambos. Y nuestras madres nos vistieron para la ocasión con los trajes regionales, con trenzas y lazos de colores en el pelo. Aquélla fiesta fue la única a la que acudió mi padre. La primera y única vez que asistió a participar de tan especial evento. No acostumbraba a hacer acto de presencia en las escuelas donde sus cinco hijos, participaron, actuaron, recibieron premios y menciones de todo tipo. La encargada de todo lo que conllevó nuestra educación estuvo a cargo de mi madre que tuvo entusiasmo por los dos, nos coció vestidos, disfraces, nos llevó a todos los eventos sentándose en primera fila para disfrutar , animarnos y darnos confianza nos ayudó a preparar exámenes y a memorizar poesías mientras cocinaba sus riquísimos estofados de carne mechada o planchaba un guardapolvo o nos cocía una falda que necesitábamos para esa tarde. Mi padre apoyó desde su espacio, siempre vinculado a la política, todas las resoluciones de mi madre, con efectividad y muy buen tono. Los recuerdos que tengo de él están vinculados a los veranos en el campo donde ejercía de padre y de madre para que disfrutáramos de los caballos o de los relatos en las noches estrelladas a cielo abierto.
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