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viernes, 24 de abril de 2020
LOS VERANOS ERAN LARGOS
El clima de aquella ciudad era seco, caliente y con las estaciones bien marcadas la primavera fragante por los árboles que rodeaban las casas, los veranos ardientes con sombras que prodigaban los árboles antiguos y generosos. Los otoños dorados y con colchones de hojas alfombrando las veredas y los inviernos fríos; helados con escarchas sólidas por las mañanas tempranas, pero el sol derretía pronto esas escarchas porque salía con fuerza. Recuerdo los inviernos soleados sentados en el umbral de mi casa leyendo o hablando con los amigos. Cuando veo que hoy se piensa poco y mal sobre el valos de los árboles con sus fragancias, sus copas generosas, las raíces pronunciadas sobre la tierra, generando en la imaginación de un niño todo tipo de vivencias. Mi corazón exhala un dejo de nostalgia. Los árboles grandes han sido sustituidos por el ya popular siempreverde, que casi no echa raíces y poca fragancia produce. Y los espacios de tierra son sustituidos por plazas secas, donde el cemento cobra protagonismo, y los parquecitos infantiles lo cubren con un fieltro verde asemejando césped, mis ojos se entrecierran de resignada frustración. Cultivamos paisajistas, jardineros, naturalistas y no se les da cabida en los proyectos, las plazas secas, invaden los solares los paseos románticos diseñados con amor por la ciudad son reemplazados por ladrillos de cemento gris donde el sol en verano pega fuerte calentando los pies hasta calcinarlos. Nuestra escuela primaria quedaba a cinco calles de mi casa sobre Manuel Lucero, una arboleda frondosa a cada lado de la calle, ancha y poco transitada a pesar de ser una de las más importantes del barrio. Llegaba a mi escuela y seguía hasta la plaza Rivadavia, una hermosa recoleta habitada por magnolios gigantes donde recaíamos los sábados por la tarde a caminar y tomarnos un helado en la heladería del barrio. Mis hermanas mayores con sus amigas, ya presumidas, solían organizar aquí los programas para el domingo, cine o alguna fiesta. Para mi fue siempre grato el poder participar de las conversaciones de mayores, así crecí, escuchando historias, tanto familiares de parientes y vecinos como las historias de romances o noviazgos de mis hermanos mayores. Eran universos poblados de sentimientos, felices unos y encontrados otros, todos fueron incorporados con curiosidad y mucho respeto.
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