lunes, 11 de mayo de 2020

COLEGIADA EN BELLAS ARTES

Desde Mayo de 1983 hasta setiembre de 1987 vivimos en la casa de la calle Hortaleza. Recuerdo este tiempo con mucha luz y con mucho trabajo compartido, escenografías para obras de teatro, concursos de carteles para las ferias de San Isidro, y para las verbenas de los pueblos, gran producción y venta de dibujos, cursos de arte para la comunidad de Madrid, para ferias como Juvenalia, trabajos puntuales de escultura o decorados para stands. En esa época con una amiga confeccionamos bolsos y complementos de lona, pintando sobre las telas. Hicimos verdaderos cuadros sobre los lienzos crudos de faldas, chalecos y vestidos. 

Estos trabajos los simultaneaba con mis clases en el colegio escandinavo, con los cursos de GEA y cuando terminé mis asignaturas y el trabajo final en la facultad de Bellas Artes y me dieron el título, me colegié de inmediato en el colegio de licenciados de Bellas Artes que funcionó primero en la calle Modesto la Fuente o Cardenal Cisneros, no recuerdo bien y luego se trasladaron a un piso en la Gran Vía. En la misma plaza del Callao. 

Apenas me colegiaron, los encargados del colegio de licenciados me propusieron dar clases en institutos y fue así como me contrataron para comenzar con mis clases de dibujo técnico en el liceo Sorolla que estaba situado en el barrio de Tetuán. Aquí trabajé dando clases a los alumnos de tercero y cuarto de bachillerato, en Cou, curso de orientación universitaria, pude trabajar con una franja de edad en los alumnos de  entre 17 y 19 y aún mayores porque también cogí las horas del horario nocturno y pude compartir con jóvenes bastante más mayores, que por razones de trabajo no habían podido acceder al bachillerato antes y querían incorporarse a la Universidad, para lo que necesitaban las pruebas de selectividad. Así fue como comencé con esta asignatura hasta el día de mi jubilación.

Mis hijos dejaron el colegio escandinavo y pasaron por decisión de ellos al colegio Juan de Valdés en el barrio de San Blas. La determinación de Paula y Antonio para comenzar en este colegio fue porque algunos de sus amigos de la pandilla iban a este colegio. A pesar de la distancia  con respecto a nuestra casa en el centro, yo accedí a averiguar todo y matricularlos aquí. A Mario y a mi nos parecía poco razonable tener que coger el metro cada mañana, con un transbordo incluído; y llegar a un barrio que en aquélla época tenía cierto estigma por el aumento en el consumo de drogas. Todo lo medimos, lo hablamos y ellos decidieron que lo más importante era la proximidad con sus amigos. Esto nos decidió a Mario y a mi a tomar la determinación de aceptar que en este momento y después de los cambios sucesivos de país, de colegios, lo emocional-afectivo era lo más importante. Así fue como nuestros hijos pasaron a viajar en aquéllos viejos vagones de madera de la línea 4 del metro que unía las estaciones del centro con las barriadas de Esperanza y San Blas.

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