viernes, 29 de mayo de 2020

CARNAVAL

Cuando éramos niños, deséabamos que llegaran los días de carnaval.
Febrero es un mes corto pero muy divertido en el cono sur de América. Tiempo de vacaciones, calor intenso y cuando llegan los días de carnaval, cada uno de los países sudamericanos celebran estas fiestas paganas de maneras muy distintas. Comparsas, disfraces, charangas, y el agua cobra gran protagonismo. En mi barrio nos divertíamos mojándonos entre los amigos, corriéndonos  por la calle para arrojarnos un globo lleno de agua o vaciando un pomo de agua perfumada en la espalda o en la cara de algún distraído viandante. Lo importante era que el chapuzón fuera efectivo y muy sorpresivo, pillar desprevenido al paseante, era todo un reto. Para esto nos valíamos de todas las argucias posibles para no fallar en el intentO. Esos días se hacía complicado hasta el ir a la panadería a por el pan, porque desde muy temprano por la mañana nos dedicábamos a cargar nuestros recipientes de agua para pillar por sorpresa a todos los que pasaban por la calle. No se respetaban la coquetería y aunque fueras de punta en blanco podrías ser blanco de algún balde de agua fría que te cambiaba el humor, pero en esos días de carnaval, se permitían estas bromas, todo el mundo estaba en guardia, a la defensiva pues los ataques de agua estaban permitidos, consentidos y no admitían ni quejas ni enfados ni insultos. 

Pero todos sabíamos que este juego consentido y sorpresivo generaba muchas rabietas, agobios  y algunos enfrentamientos acalorados. La hora de la siesta, después del almuerzo, a partir de las tres de la tarde, las calles del barrio se transformaban en la fiesta de quien se moja primero y quien esquiva más artísticamente la catarata lanzada desde un balcón, desde un sagúan  o hasta de un tejado. Los adultos entraban en acción y el juego iba subiendo el tono y el nivel de riesgo. Para mis padres que sólo participaban como espectadores. Era el momento de que los niños miraran el espectáculo desde las ventanas de la casa y que no salieran por ningún motivo a la acera ya que quedaba invadida por los entusiastas que corrían de un lado al otro buscando los objetivos para lanzar las aguas. Al cabo de unas horas, las calles se tornaban resbaladizas y los resbalones provocaban más de un altercado entre los los atacantes y los que trataban de sortear el aguacero. Esto duraba unas horas y se saldaba con más de un esguince y alguna que otra discusión. Pero poco a poco cada vecino se retiraba a su casa y la tranquilidad volvía a reinar. Ya por la tarde, alrededor de las seis, bien duchados comenzaba mi madre a disfrazarnos. Los disfraces los inventaba ella y dependía de los años. También es cierto que se guardaban de año en año y a veces mi madre sólo renovaba los complementos. Los trajes de gitana para mis hermanas y para mi, fueron trajes míticos en la familia. Nos encantaban las trenzas de lana con los pañuelos coloridos llenos de monedas  de oro cosidas  en las pasamanerías que sonaban al caminar. Los collares dorados , las pulseras de cuentas de colores, los pendientes, los cinturones acordonados con pequeños espejitos que brillaban mucho por la noche, hasta las zapatillas pintadas a juego con los faldones. 

Otro de mis disfraces favoritos fue el que me confeccionó con tul negro en varias capas y coció estrellas plateadas, con un gran bonete, una varita mágica con una estrella y una zapatillas de balet negras cos cintas atadas a las piernas. Qué bonito era este disfraz de dama de noche. A mi hermano pablo le hizo en esa ocasión un disfraz de pierot de color amarillo brillante, de satén con un bonete forrado con la musma tela al igual que las zapatillas.Con un corcho quemado, le pintó bigotes y patillas y cejas abultadas. A mi me ponía colorete en las mejillas y rosos , muy rojos los labios. Nos encantaba que mi madre se divirtiera con este ritual cada año, al que le ponía mucha dedicación , entusiasmo y una dosis de creatividad y modernidad que hasta hoy valoro muchísimo. La hora de la tarde era la hora en la que todos los niños salíamos a lucir nuestros disfraces. Mi abuela que pasaba los veranos con nosotros, sacaba un sillón a la puerta de mi casa y se sentaba para acompañarnos y disfrutar de las murgas que comenzaban a desfilar por la calle, frente a mi casa. Verdaderas comparsas de veinte personas disfrazadas de indios, caciques con plumas de colores, personas vestidas de animales, osos pardos, caballos. Disfraces y murgas increíbles, preparadas cos mucha antelación. Esto creo que ya se ha perdido, pero sólo recordarlo me hace sonreír. La presencia de mi abuela era maravillosa, nos daba mucha seguridad  y confianza frente a esas  murgas saltarinas  y muy ruidosas. Por la noche, mi padre reservaba mesa en uno de los tres clubes del barrio e íbamos toda la familia, más algunos parientes o vecinos que se sumaban. Eran los días del año que veía bailar felices a mis padres y el día que la reunión numerosa invitaba a beber cerveza con naranjada.

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