Segundo semestre del 68, octubre. Helena y yo estudiábamos Literatura Argentina, una de las asignaturas de la carrera de Letras Modernas. Nos conocimos en el último curso del colegio secundario Alejandro Carbó y, al terminar, decidimos matricularnos juntas para hacer el cursillo de ingreso que nos permitiera acceder a la universidad. Las primeras cuatro materias del plan de estudios eran Literatura Argentina, Literatura Alemana, Literatura Española y Lingüística. Poco después de comenzar las clases, conocimos a Bettina, una estudiante mendocina que nos invitó a su casa para estudiar juntas. En ese entonces, Helena y yo pasábamos el día entero juntas. Solíamos tomar café en la cantina de la escuela de Artes, lo que nos llevó también a inscribirnos en el taller libre de artes. Así fue como comenzamos a preparar Literatura Argentina en casa de Bettina, quien vivía con su prima Mónica y su marido Raúl. En esa casa fui muy feliz y encontré un hermoso espacio de libertad y fraternidad. Todos los que frecuentaban la casa eran estudiantes de distintas provincias que, al estar lejos de sus familias, creaban profundos lazos de hermandad con sus nuevos amigos. Entre las horas de estudio, compartíamos mates y largas charlas existenciales y políticas. Los fines de semana organizábamos asados con guitarras; tanto Bettina como Mónica y Raúl tocaban y cantaban de maravilla. Fue allí donde conocí a muchos cantantes de la nueva trova argentina, cubana, española y francesa, además de incursionar en la música de cantautores brasileños como Vinicius de Moraes, entre otros.
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