sábado, 6 de junio de 2020

SAN MATEO



La casa de San Mateo fue tan especial como aquélla de la calle bolívar en córdoba - argentina, ésta la que marcó el tiempo más feliz, breve como las cosas bellas. Esta belleza no la empaña en el recuerdo ni la ignominia de la barbarie genocida que quiso silenciar las voces claras  ni la torpeza de los que aplaudieron  aquél feroz engaño. Franz kafka dice que  cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza, no envejecerá nunca. Reproducimos con creces aquélla casa blanca que dejamos, allí quedaron junto a los atrapa sueños que precedían,   colgados en las paredes de los cuartos de los niños  todos los abrazos y los más jóvenes proyectos  de nuestra generación, empeñada en  buscar  nuevas formas de    relación entre los hombres dignificando el trabajo y el estudio sobre los valores de poder , de arrogancia  y de dominio. Dicen que el primer gesto humano es el abrazo, los bebés no más nacer buscan con sus manos nuevas,  la piel del que lo acoge entre  sus brazos, así volvimos a abrazarnos los cuatro con la abuela emilia que ayudó en el traslado desde la casa de la calle hortaleza a nuestra nueva residencia en la esquina entre las calles San mateo y San lorenzo.  Esta volvió a ser la casa de la luz, con sus diez balcones por donde la claridad que entraba hacía aún más grande y alto los espacios. La mañana que llegamos a habitarla, recuerdo que la abuela puso en el aparato de música que mario se encargó  de instalar,  un tango de astor  piazzolla cantado por Amelita Baltar y sacó a danzar a antonio, que al principio no daba crédito frente a la espontaneidad de su abuela que en ese momento seguro que revivió sus primeros bailes juveniles con sus hermanos. La abuela alentó la acción diciéndole que era indispensable que un joven como él tenía que aprender a bailar con la misma ductilidad que a los dieciocho, aprendería a conducir un coche. Así fue como inauguramos la casa de la luz , bailando  con los acordes de astor y amelita. Era sábado y tomamos mate con las chipacas que había comprado emilia  en la konditori de la calle fuencarral , las compró por la similitud que guardaban con las auténticas chupacas argentinas. También puse flores frescas sobre la recién inaugurada mesa de la cocina, pero en este caso fueron unas azucenas que exhalaban un aroma dulce y fuerte. Las azucenas eran las preferidas de mi madre, ella plantó en el patio de la casa familiar de rivera indarte  una planta que se hizo gigante y que floreció cada verano dando tantas flores cada vez que mi madre regalaba a las vecinas, alguna vara larga con dos o tres flores en cada vara.

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