Hicimos varios viajes, con nuestros chubasqueros empapados pero con una gran alegría, nos cogía la risa tonta y no podíamos dejar de reírnos cuando un coche, por descuido, pisaba algún charco y nos alcanzaba sin clemencia. Cuando todo estaba en la puerta del ascensor, al cuidado de nuestra portera Antonia, hicimos un descanso para tomar impulso. Antonia era una mujer robusta, voz grave y un genio de mil demonios que escondía una mujer poco acostumbrada a recibir afecto. Mis hijos y yo ya habíamos hablado de ella y decidimos tratarla con mucho respeto y cariño a pesar del temor inicial que imponía a mis hijos, en especial a Antonio. Había dejado claro que el ascensor, sólo lo usaban los mayores y los niños, sólo lo harían acompañados de un adulto, esto irritaba a mi hijo que se sabía con la madurez suficiente para no acatar este requisito, pero aún así decidieron acatarlo, aún cuando venían del colegio, cansados y con ganas de soltar la mochila.
Los pagos mensuales del alquiler los realizaba personalmente en la ferretería de la calle Fernando VI, propiedad de los dueños del inmueble, Alfonso Saínz y su tío Manolo, con quienes me cruzaba a menudo por el barrio y le comentaba de algún desperfecto en la casa, sin conseguir que tomaran nota para posibles reparaciones. Dicho de otro modo, "pasaban de todo", lo importante eran las mensualidades que pagaba en mano los primeros días de cada mes.
A poco de llegar al piso, le regalaron a mis hijos un pequeñísimo gatito negro. Antonio, casi recién llegado de escandinavia y que seguía hablando en sueco porque iban al colegio escandinavo, le puso de nombre "Pepe Karlsson Lloveras" haciendo honor a españa, a suecia y a su propio apellido, de esta manera se incorporó un nuevo hijo a la familia Lloveras, que provenía de unas raíces escandinavas cruzadas con algún hidalgo castellano y de un ilustre personaje de linaje catalán.
La portera se encariñó rápidamente del minino, ella acompañaba su soledad en ese pequeño bajo-sótano donde vivía con un perro pequeño y buen -gritón toreador. Con los años el barrio fue mejorando pero cuando nosotros llegamos a él, estaba descuidado, bastante sucio y caminaban por sus calles todo tipo de personajes que vivían en ese centro de ciudad tan codiciado con el paso de los años pero tan devaluado durante el franquismo y el post franquismo. También agravó la situación del casco antiguo, en las ciudades grandes y en esta en especial, el consumo de drogas, provocando un verdadero cataclismo social y emocional y muchas familias lloraron
las adicciones devastadoras o la pérdida de alguno de sus miembros.
Dicho esto, para mi hijo, al asomarse al balcón, apenas llegar dijo una frase en sueco que no olvidaré nunca, mamá esto es una "sophög", quería decir mamá esta ciudad es una montaña de basura. Me resultó difícil compensar todas las carencias, creo que nuestras caminatas constantes por el parque del retiro, las visitas a los museos, al prado, serralbes, lázaro galdeano, sorolla , romántico, junto a nuestros viajes por los pueblos de la región como chinchón, segovia, la pinilla y muchos otros fueron con la necesidad compensatoria de mostrarles las bellezas de esta ciudad y alrededores.
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