martes, 21 de abril de 2020

PIÑAS HELADAS

Viajamos hasta San Pablo en un coche tipo americano, antiguo espacioso y bien cuidado. Lo conducía una doctora israelí, recién llegada a la ciudad para instalar una clínica y según nos contó había dejado su tierra porque no compartía el belicismo, el servicio militar obligatorio para chicos y chicas. Tenía cuatro hijas mujeres y quería que crecieran en libertad. Tenía ya familia en esta ciudad y disfrutaba de la cultura de este pueblo. Me gustó este personaje femenino tan lleno de determinación. Curiosamente viene a mi cabeza, en un viaje que hicimos por Jerusalén, nuestra guía fue una antropóloga de Telaviv que me recordó aquélla mujer, por la vivacidad, el color de sus ojos y el interés que despertaban sus comentarios sobre el arte y la cultura de este pueblo. Fue divertido el viaje porque nos preguntó cuáles habían sido los momentos o las curiosidades a destacar de nuestra estancia en las playas con esto nos obligó a cada uno a hacer una pequeña síntesis del viaje. Yo recordé con sonrisas,que ver y entablar conversación con los vendedores de piñas heladas entre las arenas blancas me había encantado. Con un pequeño cuchillo afilado sacaban la corteza dura del fruto como si de una naranja se tratara, cogiéndola por el penacho de hojas, te la entregaba así, helada, entera, jugosa, un manjar.  Ese gran canasto de esparto lleno de frutos con hielo portados por estos hombres negros, altos musculados, pura fibra, con una conversación suave y con la samba pegadas a sus pies, me despertó a mi y a mis dos acompañantes una gran admiración. Mi primera visión de una estética clara, con mucha personalidad que la raza negra ostenta. Hoy siento la misma admiración cuando las veo a esas mujeres portando ses hijos a la espalda, envueltas en sus túnicas vendiendo collares o elefantes de madera, tienen orgullo de raza y una dignidad que no les quita ni la pobreza ni la lejanía de sus lugares de origen. Soy una gran admiradora de esta estética africana en sus gentes y en sus expresiones artísticas. Después de esta anécdota hablamos que lo que realmente conmueve en Río: sus favelas. Aquí si que las desigualdades sociales golpean el corazón y el entendimiento. Sobre estos morros dorado que se levantan al costado de la gran ciudad turística, en capas sucesivas y sin orden han construído sus casas de madera y hasta pequeños edificios de tres plantas,t odos aquellos que han hecho del carnaval de río, uno de los atractivos turísticoa más importantes del mundo la densidad es tal, que el universo que que han generado, es casi infranqueable, no obstante nos aventuramos a subir sus escaleras imbricadas  , verdaderos laberintos donde los afrobrasileños desarrollan sus vidas sin que nada cambie en décadas. Sólo modifica el entorno, los derrumbes que con las lluvias torrenciales del trópico, provocan las aguas en estas tierras arcillosas de estas montañas bajas llamadas morros, llevándose consigo vidas y sueños. Creo que estas impresiones en jóvenes de 19 años, irían cimentando las ideas de cambios sociales. Narramos muchas anécdotas, intercambiamoa ideas y opiniones que creo que a esta señora con hijas bordeando los 20 años le interesaban mucho. El viaje fue realmente grato. Nos dejó en la puerta de la dirección que llevábamos. No habíamos podido contactar con nuestros amigos pero una chica que nos vio con nuestras mochilas, nos abrió la puerta, nos dio las llaves del departamento y nos comentó que sus amigos volvían al día siguiente. Ese día hizo de anfitriona y no olvidaré nunca esta generosidad. Fuimos a caminar y nos mostró la ciudad hacía calor y nos tomamos unas piñas coladas en un pequeño bar lleno de jóvenes donde sonaba música de Antonio Carlos Jobin.

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