Fue una época clara, como una madrugada enamorada. El barrio, la casa, Mario, mis dos hijos. El sol entraba por todas partes, por las ventanas de las habitaciones, por el ventanal del balcón del living, por la mampara del hall. Por la puerta de la cocina que daba al patio-lavadero , el sol en la sonrisa de ramona que despertaba a los niños cada día pero que el sábado los dejaba remolonear hasta más tarde. Llegaban emilia y antonio, mis suegros queridos y entusiastas a hacer la compra en la feria del barrio en la calle bolívar era como una verbena, se repetía cada sábado. Bajábamos con las canastas a comprar la verdura , la carne, el pescado fresco, las frutas pero sobre todo las dos docenas de churros gruesos, calientes y crujientes, envueltos en papel grueso que se iba cubriendo de aceite poco a poco y que cuando llegaban a casa estaban a punto de mojarlos en el café con leche que nos esperaba sobre la mesa del salón, humeante y edulcorado a gusto de cada paladar.
Los niños ya levantados de la cama y abrazando a los abuelos
Mientras ordenábamos las verduras en la nevera y charlabamos con emilia contando las secuencias de la semana anterior, el abuelo antonio entretenía a los niños con los trucos de magia que sabía hacer tan bien y que embelesaba a paula y a antonio, los tenía en vilo durante los segundos que duraba el embrujo de esas manos dúctiles que hacían aparecer y desaparecer pañuelos de bolsillo y monedas doradas. Ramona sabía muy bien entretener al abuelo antonio sebándole mate mientras le respondía a sus preguntas sobre los estudios que cursaba. Era una charla que los unía, les provocaba una complicidad sabia que sólo el abuelo Antonio lograba con sus interlocutores. Cuando todo quedaba ordenado, recogíamos a los niños y partíamos a almorzar a la casa familiar de la calle chile.
Lo hacíamos también los domingos, con el resto de los hermanos , cuñados y sobrinos de mario, pero el sábado era más íntimo, sólo nosotros y los abuelos.Mientras emilia preparaba la mesa del almuerzo nosotros llevábamos a los niños al parque sarmiento a jugar en los columpios. Cuando volvíamos ya estaba todo preparado para sentarnos a la mesa. Los sábados y domingos ramona aprovechaba el momento de disponer de la casa, impecable, porque los viernes nos encargábamos de limpiarla. Siempre comprábamos flores en la feria, margaritas blancas para la mesa de la cocina y margaritas de color anaranjado para la mesa del living. Con todo limpio y decorado, ella invitaba a dos de sus amigas, a margarita que cuidaba de los niños de nuestra vecina y amiga mechita y la otra invitada era olga, otra de las excelentes niñeras que tuvimos durante un corto período de tiempo ya que ramona debió ausentarse a cuidar de su madre enferma y de su padre ya mayor. Antonio, nuestro hijo le tenía mucho cariño a olga y ella retribuía con creces atendíendolo con ternura y muchas bromas y picardías. Ramona cocinaba un bizcocho y así pasaban la tarde, haciendo los deberes escolares que compartían las tres, hablando de sus cosas y fantaseando, seguro, sobre el futuro que por los pocos comentarios que he recibido de elas, se que fue bueno, y me arriesgaría a decir que muy bueno conociéndolas como pude conocerlas. Cuando regresábamos por la noche con los niños dormidos en el coche, ramona siempre estaba feliz, olga solía quedarse a dormir para disfrutar del domingo juntas pues nosotros nos íbamos pronto después de desayunar. Y no volvíamos hasta la noche. Los domingos, la reunión familiar con los lloveras era sagrada y los pollos asados que cocinaba emilia, también y la visita obligada al zoológico a visitar a silvio, el chimpancé que enamoraba a los niños y a los adultos se repetía cada tarde soleada de domingo, invierno y verano , en otoño se agregaban los juegos con el manto de hojas de los plátanos antiguos que poblaban el parque y las primaveras agregábamos el paseo por el rosedal para descubrir las plantaciones de nuevas variedades de rosas , que concursaban cada año donde el color exótico y el perfume eran dos de los detalles que se premiaban.
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