jueves, 4 de junio de 2020

UNA MOTO


Ya vivíamos juntos en la calle pueyrredón, en barrio observatorio,  habíamos pasado por el civil con la alegría de toda la familia, que pudo tener un ágape  alusivo y compartido y fue así como  dejamos de vivir en colectivos para tener más privacidad y sobre todo porque  decidimos tener el hijo que venía en camino. Armamos el departamento para que fuera  nuestra casa, era muy escueta la configuración formal de este sitio con habitaciones contiguas, dos, una cocina  comedor amplia , un baño y un pequeño lavadero donde colocamos aquél viejo lavarropas que nos prestó muy buen servicio. Delante de todas las dependencias, un pasillo estrecho y en frente un patio de lajas que cuando las calentaba el sol, hervían . Por este patio se accedía  al exterior  de la vivienda que daba a otro  pequeño patio común donde atado a un arbolito enclenque y deslucido  dormía la siesta y casi todos los días y las noches "poldo" el perro del vecino , perrito ladrador que nos anunciaba la llegada de cada una de las personas que venían a casa, por lo que era imposible llegar  o salir  de la vivienda  sin ser descubierto o percibido o alertado por el susodicho animal. Con esta disposición era imposible guarecerse del sol o de la lluvia cuando salías de uno de los cuartos para pasar a otro o para ir a la cocina, al lavadero o al baño. Por las noches de lluvia , salir de nuestra habitación  y correr hasta la otra punta para hacer uso del cuarto de baño   era hasta peligroso porque el suelo mojado se transformaba en un  corredor resbaladizo además de llegar empapado a sentarte a pensar  y meditar en el inodoro.

Esta disposición nos obligó a imaginar  algún recurso práctico y económico  para cerrar ese escueto y largo pasillo evitando así las inclemencias del tiempo. Hoy lo hubiesen solucionado con una mampara pero para nosotros tener aire y conección directa y fácil con el empedrado de lajas del patio era de vital importancia. Habíamos conectado una larga manguera con la que regábamos nuestra vasijas  de barro con yucas, y plantas variadas que eclipsaban el patio seco de lajas donde el calor subía a noventa en esas siestas cordobesas de los diciembres, eneros febreros y más. La manguera era nuestro balneario, en bikini todo el día y entre lectura y lectura  el chorro de agua fresca y clara nos compensaba de las desventuras de ese calor agobiante. 


Llegaron mis suegros una de esas siestas despiadadas y nos pidieron solucionar el tema del cierre adelantándonos al nacimiento de nuestro hijo-a. Pensando y pensando  decidimos que el cerramiento  lo haríamos con lona de toldo gruesa. Y esa misma tarde nos fuimos con antonio, mi suegro a comprar la lona al mismo negocio donde le fabricaban a él, cuando renovaba cada tanto, el toldo del patio de la casa familiar de la calle chile. Nos confeccionaron la cortina  desde el techo hasta el suelo a lo largo de todo el pasillo, elegí una lona con rayas anchas, amarillas y negras . Cuando la colocamos, aquél departamento se convirtió en un escenario en toda regla. Esta lona pasó a cubrir el balcón de la nueva casa , en la que vivimos posteriormente,  pasados unos cuantos meses, en la calle bolívar en el barrio güemes.

La solución que encontramos  resolvió muy bien los inconvenientes de la lluvia y nos permitió vivir allí unos cuantos meses más después del nacimiento de nuestra querida hija paula. Pasados unos días de instalar el gran telón, ocurrieron dos cosas importantes, mario compró una moto para desplazarnos desde allí a nuestros trabajos una  siam lambretta , la tuvimos hasta que nació nuestra hija , situación que nos hizo pensar en que necesitábamos un pequeño coche que reemplazara la motoneta que era sólo para dos a partir de ahora ya seríamos tres. Y otra cosa importante que recuerdo fue que me regalaron una perrita, la llamamos tuna y que convivió feliz con nosotros hasta que llegó paula y se puso muy celosa y  rabietona, cuando ladraban juntos con el perro del vecino resultaba casi imposible dormir a paula motivo por el cual decidimos que maría emilia la llevara con ella  a su casa porque tenía un jardín muy grande y más perros que le hicieran compañía. A este departamento,  recuerdo con inmenso cariño que llegaron  las hermanas leiva, que venían a cuidar de paula , una por la mañana y otra por la tarde pues fijamos de antemano  que los horarios laborales no podían exceder las ocho horas que marcaban los convenios. Yo había empezado a trabajar en el rectorado de la universidad  y mario trabajaba muchas horas continuas.


Así fue como poco a poco fuimos armando la vida, con escenografías muy variadas y personas a las que poco a poco fuimos vinculándonos   e incorporándolas  a nuestras vidas, a nuestras rutinas, desde el afecto, del respeto  y de la interpretación de necesidades mutuas.

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