NOS pusieron las mejores galas , los tres pequeños lucíamos almidonados y compuestos, zapatos de charol negro para mis primos y para mi los zapatos blancos con calcetines inmaculados. Gorras de color azul para ellos y sombrerito de lona blanca para mi. Mis tías, mi madre, mi abuela y elisa se engalanaron para la ocasión. Gentes de todos lados llegan al cementerio desde muy lejos a honrar a sus muertos. Es un día de encuentros, de saludos y de ofrendas a las raíces y al origen familiar. En estos pueblos donde las tradiciones y las familias tienen un valor ancestral. Zoilo llegó primero trayendo el sulky que conduciría mi tía Paya, donde subieron mi madre mis tías y elisa. Luego fue en la búsqueda del segundo carromato, ambos tirados por un caballo y que se guardaban en los galpones de mi tío yofre, hermano de mi madre que vivía a un kilómetros de la casa de mi abuela. En éste viajaríamos mis primos, mi abuela y yo y el que manejaba las riendas del caballo del carromato era Zoilo. Los dos sulquis partieron en fila india después de que zoilo colocara los ramos de flores armados con mimo por mis tías antes de partir. Aquella pequeña caravana sorteaba las hondonadas que la lluvia había producido en el camino que nos llevaba hasta el cementerio a tres kilómetros de la casa de mi abuela. El sol brillaba con fuerza y dejaba sentir el calor potente de este comienzo estival en esta zona norteña. En el percante del carruaje habían colocado unas canastas con frutas y bocadillos que comeríamos al llegar. El día sería largo y con muchos encuentros y lloros.
Gentes a caballo, en carros, alguna chata antigua y destartalada que llevaba familias detrás, todos ataviados pulcramente,sorteaban los pantanales del camino con destreza. Me sentía orgullosa de ir en estos carromatos tirados por caballos, con mi abuela y mis primos del alma. Formaba parte de una tribu con raíces algunas europeas pero que se habían ganado con su tesón y sus buenas acciones el respeto y el agradecimiento de los lugareños. Mi abuelo atendió sus cuerpos pero también sus almas en estas latitudes y mi tía paya, que fue su enfermera incondicional hasta su muerte, tomando el relevo después para atender partos o urgencias, poniendo inyecciones que aliviaran sus dolores y sus quejas. Conduciendo ella misma el sulki, como lo hacía hoy,y manteniendo viva la estafeta para que la correspondencia epistolar mitigara tantas nostalgias y lejanías en estas soledades. Las niñas nicolle como las llamaban, un ramillete de señoritas guapas, de trato exquisito sin ningún remilgo frente al criollo de la zona. Esas eran mis tías, con mucha presencia, con conversación fluida y sabiendo estar en cada una de las circunstancias que les tocó vivir en este comienzo de siglo donde se forjaron sueños.
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