jueves, 9 de abril de 2020

A quien decir lo que mi pecho siente *****



La enfermedad de mi madre me tenía nublada el alma y el pensamiento. Un amigo de esos días, lector y estudiante de literatura, me regaló un poemario de Nicolás Guillén. Era verano, había terminado el secundario descubriendo ya entonces la poesía cubana. Me sentía sin amarres, sin nido, sin amparo y aquél poemario fue la luz, la dulzura y el encuentro con la veracidad de las palabras. Lo escuchaba cada mañana mientra me derretía por dentro viendo la agonía de mi madre que murió poco después del Cordobazo, movimiento que definió ideologicamente a muchos amigos de mi generación. Me puse un vestido negro y no quise quitármelo durante mucho tiempo. Mi casa dejó de ser mi casa y mi pensamiento se independizó hacia la luz.

Quiero en este momento escribir los versos más queridos hacia la figura de mi madre. Pelirroja vivaz sabía reírse a carcajadas y enternecerse con una pequeña flor que aparecía en primavera en el patio de la casa familiar poblado de sus helechos, azucenas, rosas chinas, y gomeros. Mi madre nació y creció con sus seis hermanos en un poblado remotísimo para nuestra mirada infantil, rodeado de campos donde su padre, un médico francés, parisino, llevó a vivir a mi abuela, italiana del Valle del Po. Allí ejercería su profesión de médico rural. Conoció a mi padre en casa de su hermana. Mi padre, había enviudado e iba a comer todos los días a casa de uno de sus hermanos, casado con una de las hermanas de mi madre. Estos encuentros terminaron en boda y con cuatro hijos. Más nuestra hermana mayor, hija del primer matrimonio de mi padre. Así se constituyó nuestro núcleo familiar.

Mi madre, joven guapa y con carácter impulsó a mi padre a trasladarse a la ciudad donde quería que se educaran sus hijos. La casa materna de mi madre fue siempre un lugar donde los libros de los clásicos franceses estaban en la mesilla de noche de mi abuelo Moliere, Balzac, y Montesquieu. Además de la nueva literatura vernácula. Mi madre fue siempre el eje familiar de sus heramanos, dos varones y cuatro mujeres muy querios por todos nosotros.
Tengo que decir que la afectividad familiar de mi madre difería de la que recibió mi padre  más parcos en sus manifestaciones de cariño. Tanto para mi abuela Raquel, que se llamaba igual que mi madre, como para mis tíos; sus hermanos y para nosotros cinco, la muerte de mi madre dejó un vacío, un profundo pozo muy difícil de llenar. Por su personalidad llena de risas y su ductilidad para hacer de todo, nos cocía; tejía cocinaba y sobre todo nos desarrolló a todos el gusto, el amor y la sensibilidad para armar jardines.

Quiero mencionar que la ultima vez que fuimos a Argentina, me enamoré del jardín del edén, que mi único hermano varón, médico de profesión igual que mi abuelo, ha diseñado en su casa. Mi hermano y aprovecho este texto para expresar el amor inmenso que le tengo y que valora esa sensibilidad exquisita para armar un "jardín del edén" como el que tiene en su casa. El son ligero de Guillén resuena en mis oídos mientras describo a mi amada madre.








No hay comentarios:

Publicar un comentario