sábado, 25 de abril de 2020

PROFESORA DE ARTE

Dejé escandinavia en el año 1983 para instalarme en España. En mis viajes sucesivos a Madrid, escapadas de una semana desde lund, para oxigenarme y ver a mis amigos, hacía siempre algún trámite de convalidación de mis estudios, papeleos interminables en aquellos años de transición forzada y forzosa que vivía España donde sus instituciones seguían renovándose a trancas y barrancas. Y esas convalidaciones podían como en mi caso tardar seis años en reconocerse. En uno de mis viajes fui a visitar el colegio escandinavo de Madrid, encontré un director sueco muy receptivo que escuchó con interés mi charla sobre mis vivencias en escandinavia y mi deseo de venir a vivir a España con mis hijos de ocho y once años. Incorporó a la reunión a su mujer, también sueca que compartió conmigo apreciaciones y muchas de mis ideas pegagógicas. Ellos casualmente tenían dos hijos de las mismas edades que mis hijos por lo que la identificación fue inmediata. A partir de ese momento nos mantuvimos en contacto, y fueron los que me dieron el primer contrato laboral como profesora de arte. Este aparente sencillo detalle fue el que nos permitió a toda la familia, regularizar nuestra situación y poder gestionar la nacionalidad española que llegó a los dos años y medio de instalarnos en la ciudad de Madrid. Siempre conté con mis amigos suecos, una pareja maravillosa, cuya vida está  como la nuestra llena de vicisitudes, alegrías, tristezas y algún drama como lo hemos vivido muchos en aquellos tiempos y con los que intercambio correspondencia muy fluída, afectiva y próxima, son mis hermanos europeos.

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