miércoles, 15 de abril de 2020

AL ALBA

Al alba ya estaba levantada, zapatos blancos, un vestido azul de Tafeta que aún recuerdo, que me había cosido mi madre para la ocasión. Calcetines blancos y unas trenzas recién cruzadas con un moño celeste. No podía albergar más alegría. Cogimos el autobús a las ocho de la mañana rumbo a mi paraíso. La primera parada para desayunar, se hacía como estaba estipulado en el recorrido en el siguiente pueblo, después de salvar el poblado de Jesús María, donde vinieron a vivir algunos primos pasados los años. Se llamaba villa general Mmitre, hoy Totoral. Conocía bien este  lugar porque también parábamos aquí cuando mi padre nos llevaba en los veranos al Suncho. Desayunamos rico y compramos una botella de arrope de tunas y una mermelada-jalea para mi tía Cacho. seguimos viaje hacia san josé de la dormida, y en santa maría del río seco, volvimos a parar. Esta localidad era un punto de inflexión cuando íbamos al suncho porque aquí dejábamos la ruta principal y cogíamos el camino de tierra que nos llevaba al  otro paraíso, pasando por los cerrillos. Los hoyos, rayo cortado, seguían la ruta hacia  ese norte que se vislumbraba cada vez  más con gran esplendor ante mis ojos infantiles  localidades que se desarrollaron a cada lado de la ruta del norte y que provocaban en mi una curiosa necesidad de comprar  todos los tipos de panes  y chipacas que la gente del lugar vendía al paso del autobús. Gutemberg era la última parada antes de llegar a sol de julio. Mi madre y yo nos apeamos para asearnos, peinarnos , pero sobre todo para sacudirnos la tierra que había empezado a agrisar mis impecables zapatos blancos. Aquí la parada era más larga, subían al autobús nuevos viajeros y mi madre aprovechaba para preguntarle al chófer del autobús sobre las novedades del pueblo, sobre todo, nacimientos y defunciones que se habían producido en el último año mientras tomábamos café o una bidú cola o naranja crush  que era lo que se servía por estas cafeterías de  carretera. Muy parcas en delicatessen, de una austeridad espartanas. El último tramo del viaje era el más intenso, yo aprovechaba para indagar a mi madre sobre cuántos días estaríamos en casa de mis tíos antes de viajar al verdadero paraíso que rea la casa de mi abuela. Mi madre sonriente trataba de calmar mi ansiedad habándome de los ocho primos que seguramente estaría esperándonos al llegar.

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