miércoles, 29 de abril de 2020

FRIGILIANA








El retorno de paula fue con retraso y en vez de aterrizar su avión a las 21  horas como estaba previsto  llegó a las 4 de la mañana. Mario que tenía ya el coche a tope con maletas y accesorios, sumado a que tenía los tres chicos esperándolo en casa no dilató más el viaje y cogió carretera a esa hora para evitar el calor abrasador de Andalucía al mediodía. Para mi fue un mes intenso, ese julio en solitario lo recuerdo como muy especial. En el pueblo habían alquilado casa unas amigas argentinas residentes en Boston. Solían volar desde estados unidos para pasar el verano en este pueblo que tenía la playa a cuatro kilómetros. En nNrja, una playa pequeña, muy recoleta llamada Burriana. Las casas las alquilaban a un pintor danés, llamado Sorensen que se había hecho residente en el pueblo donde compró casas diseminadas por el pueblo, las rehabilitó y ambientó con muy buen gusto y criterio, esto sumado a las vistas preciosas desde lo alto de la montaña hacia el valle, hacían de este rincón un lugar selecto y muy pintoresco.
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Para llegar hasta la casa era necesario dejar el coche en uno de los aparcamientos   de los que disponía el pueblo, y luego escaleras arriba hasta llegar a la puerta que daba paso a un hall y salón, la casa disponía de tres habitaciones un baño, un saloncito, y una galería patio con grandes parras donde teníamos instalada nuestra mesa de comidas. Una escalera bajaba a un patio mínimo de tierra donde Mario había instalado la barbacoa que una vez preparada había que subirla hasta nuestra mesa bajo las parras que desplegamos en el patio terraza. Frente a la casa, un bar del pueblo donde se juntaban los lugareños a tomar su vino del terreno, dulzón y peleón y su tapa de jamón. Desde allí se vigilaba y controlaban los movimientos de todo el vecindario, en especial a los forasteros. Bar torre vigía que cerraba sus puertas después de llegar yo por la noche cuando terminaban las reuniones con amigos.




















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