lunes, 13 de abril de 2020

EL MÉDICO

Cuando mi abuelo Gabriel, parisino de nacimiento, se traslada a vivir al corazón de los quebrachales santiagueños con su mujer y una hija muy pequeña, corrían los años 1910-1912, no puedo precisar bien el año, sólo se que sus otros seis hijos nacieron allí y allí vivió hasta su muerte. Indagando entre sus hijos los motivos de esa decisión me cuentan sobre su vinculación con el instituto que realizaba los sueros antiofídicos en Buenos Aires. En esos años el norte argentino era una zona muy boscosa  y agreste. Y las picaduras de serpientes diezmaban las poblaciones. El ferrocarril extendió sus vías férreas hasta esas zonas del norte donde los obrajes madereros se multiplicaban talando todo tipo de árboles en especial los quebrachos. Mi abuelo se instala como médico rural y recibe de los lugareños todo tipo de serpientes para enviar a buenos aires para que allí se extraigan sus venenos con los que se elaboran los sueros antiofídicos que puedan palear las mortandades que motivaban las picaduras de estos reptiles. Como contrapartida mi abuelo recibía los antídotos, además de todos los medicamentos necesarios  para  tratar la tuberculosis, la brucelosis, el  paludismo y la lepra, entre otras. Cuando viajo por primera a este lugar donde para entonces  iguen viviendo mi abuela y una de mis tías, que lleva la estafeta de correos, en compañía de mi madre para rememorar el día de todos los santos y todos los muertos, creo que tenía cinco o seis años. Yo soy la menor de los cinco hermanos por lo que acompañaba  siempre a mi madre. Estos viajes suponían una gran preparación y en mi mente se disparaba la inmensa ilusión por reencontrarme con mi querida abuela y con mi tía, pero también una fantasía desbordante por todo lo que allí me esperaba de fantástico.

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