lunes, 20 de abril de 2020

GUAYABERAS

Seguimos nuestro itinerario junto al río Paraguay recordando nuestra querida laguna. Recordando las canciones frescas y románticas entonadas con arpas y violines. Después de curar nuestras heridas, decidimos ir hasta el mercado en el centro de Asunción a comprarnos unas camisas bordadas, blancas y con mangas largas, por los mosquitos.  Estas camisas al estilo de las guayaberas, son típicas de aquí, una tela fina, tipo cañamazo, de hilo de algodón, deja pasar el aire por la porosidad del tejido, muy necesario en estos veranos tórridos. Nos tomamos en el mercado unos tereré con hielo, helados y digestivos y nos fuimos con nuestras "aopoí" como les llaman aquí a estas camisas con cuello almidonado, felices de haber sorteado con buen talante este episodio. Retomamos nuestra ruta hacia Sao Pablo, dejábamos este pequeño país pintoresco para adentrarnos en un inmenso universo multirracial con la bossa nova como estímulo y como fondo musical. Sabíamos que la bossa, música entre la samba y el jazz, junto al jazz afrocubano  es nuestro jazz latino, nuestra "garota de ipanema"  musical, nuestro himno interpretado por Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobin. La nouvelle vogue brasilera, junto con Chico Buarque, Toquinho, Baden Powell y las dulces voces femeninas de Gal Costa, Elis Regina y María Creuza. Nuestros amigos nos invitaron a disfrutar de los nuevos músicos que iban incorporándose a la saga iniciática de la bossa y que marcaron escuela en brasil, viajando después internacionalizando sus saudades musicales. Antes de entrar en la gran ciudad, desviamos el rumbo hacia las playas de Río de Janeiro  esta parte del viaje se abría ante nosotros como la experiencia playera por excelencia. A poco de entrar nos encontramos con un grupo de amigos cordobeses entre los que se hallaban los cuñados de una de mis hermanas. Era un grupo como de ocho o nueve chicos. Alegra en estos largos viajes encontar caras familiares. Entre todos decidimos alquilar un departamento frente a la playa de Ipanema. Un pequeño piso para albergar a diez chicos y una única chica que era yo. Me dieron la única habitación que había mientras todos los demás abrieron sus sacos de dormir en el salón, amplio pero justo, que había. Yo agradecí la cortesía y funcionamos muy bien esos días con mucha independencia ya que las inquietudes diferían entre unos y otros. En una de las salidas a tomar café conocimos una pareja que nos invitó a los tres, a nuestro amigo, a Mario y a mi a almorzar en su casa de teresópolis, nos llevó hasta allí en su coche y cuando bajamos quedamos encantados con el lugar. Era una ladera cubierta de hortensias gigantes de colores variados. Con una casa blanca con vistas maravillosas. No volví a ver tantas hortensias en floración hasta que pasados los años, y ya viviendo en europa tuve esas mismas visiones en las rías gallegas.

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