Rafael Sanzio, nacido en Urbino en 1483, se erige como uno de los pilares del Alto Renacimiento italiano, destacando por la armonía, precisión y delicadeza de su arte, cualidades que le granjearon la admiración de sus contemporáneos y de generaciones posteriores; influido por Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Alberto Durero, supo integrar sus enseñanzas y llevarlas a una expresión personal y refinada, siendo más joven que los dos primeros, con quienes personifica la cima del Cinquecento, su obra "La Virgen del Jilguero" (Madonna del Cardellino, 1506), un óleo sobre tabla de 107 x 77 cm, conservado en la Galería de los Uffizi de Florencia, es un ejemplo paradigmático de su maestría compositiva y su idealización de la figura humana; criado en el ambiente humanista de la corte del Duque de Urbino, Federico de Montefeltro, cuyo Palacio Ducal albergaba una de las bibliotecas más importantes de Europa, Rafael recibió una formación artística precoz bajo la tutela de su padre, Giovanni Santi, pintor cortesano, y perfeccionó su técnica con Perugino, de quien aprendió la gracia ornamental y la suavidad de los paisajes, aunque pronto su estilo adquirió mayor sofisticación mediante el uso sistemático de bocetos preparatorios y modelos a escala, trasladando finalmente sus composiciones a madera, lienzo o muros; además de su talento pictórico, Rafael poseía una sólida formación literaria y clásica, lo que enriquecía su visión artística, tanto que siglos más tarde, Pablo Picasso, tras su fase cubista, hallaría inspiración en la sensualidad y equilibrio de sus madonas, reconociendo en Rafael un modelo clásico que aún podía dialogar con la modernidad; así, Rafael no solo simboliza la perfección renacentista, sino que continúa siendo un referente ineludible en la historia del arte occidental.
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