El claustro es una figura arquitectónica que articula el vacío. Espacialmente, se configura como una estructura perimetral de circulación en torno a un patio central, frecuentemente ajardinado, y que establece una forma de habitar el tiempo y el silencio. Es un dispositivo simbólico y funcional que permite el tránsito, la contemplación y la conversación protegida por recovas o arquerías, filtrando la luz y enmarcando la naturaleza. El texto de María Beatriz recupera con precisión su densidad histórica y espiritual. Evoca especialmente el claustro del Monasterio de Silos, obra maestra del románico español, cuya regularidad cuadrada —con catorce arcos por panda— y rica iconografía en capiteles (animales, vegetales, escenas sagradas) aspira a representar el Paraíso. La arquitectura así no solo cobija, sino que estructura el pensamiento, regula el ritmo y dispone el cuerpo a la introspección. El ciprés central, alzado como eje vertical en este recinto horizontal, es símbolo vivo de ascensión y memoria, y su aura fue inmortalizada por el poeta Gerardo Diego. Además de su dimensión física, el claustro se expande al lenguaje: designa hoy también el espacio institucional del pensamiento, como los "claustros docentes". Esta derivación no es banal: ambos tipos comparten la idea de recogimiento, deliberación y búsqueda de sentido común. En suma, el claustro —más que una forma— es un modelo de relación entre cuerpo, espacio y saber, donde la arquitectura se convierte en gramática de lo sagrado, del tiempo suspendido y de la comunión con lo invisible.
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