viernes, 15 de mayo de 2020

PEUGEOT 504

Terminamos nuestros cursos y trabajos en Lund en julio de 1980  y preparamos nuestro viejo Peugeot 504, el gasolero. Era nuestra caravana veraniega donde cabía todo, tienda sillas de camping, faroles, marmitas, flotadores, colchones inflables, que junto a nuestra entusiasta disposición para viajar, nos ponía en carretera en cuanto había un resquicio y un buen plan. Queríamos llegar hasta el norte de Italia, nuestro objetivo eran los campings del adriático, en la región del Friuli. Con las ganas de conocer la zona de donde mi abuela Raquel había partido a comienzos del siglo XX para no regresar jamás, y la ilusión de escuchar la lengua de mi abuela, tan cercana y tan dulce, preparé a mis hijos sobre lo que allí encontraríamos. Recuerdo que me sentía emocionada y muy bien predispuesta El asiento de atrás del coche se transformaba en cama, en tablero  para todo tipo de juegos de mesa y  un mini bar para los pequeños lunch de entretenimiento en carretera. 

Cruzamos las autopistas  alemanas, fantásticas, con una señalización pensada y eficaz que nos hicieron el viaje confortable. Entramos a italia por Innsbruk y la región de Trieste nos dio la bienvenida. Aterrizamos en un camping de Grado, Bionne del Mare, no era el que teníamos en nuestro itinerario marcado por algún amigo, conocedor de la zona, pero cuando viajas con niños, son ellos los que marcan los tiempos. Desplegamos nuestro campamento como si fuéramos a instalarnos aquí para el resto del verano. Dormimos profundamente por el cansancio que producen los largos recorridos en coche y al despertarnos, vimos que el camping no era como lo deseábamos, poca sombra y una invasión de mosquito con camión de fumigación  incluído, esto desvaneció por un momento nuestro entusiasmo y como no estábamos dispuestos a que nada empañara unas vacaciones emotivas en la tierra de mi abuela, decidimos recoger el campamento y buscar mejores sombras y sin insectos. 

Así fue como llegamos a nuestro pequeño y antiguo paraíso, un camping lleno de Pinares, con solera, esa que marca el tiempo y la antigüedad en la frondosidad de los árboles, las familias tradicionales italianas con sus mesas llenas de nietos y los spaguettis humeantes sobre las mesas. Grupos de jóvenes tocando la guitarra bajo los árboles, unas instalaciones de maderas antiguas y genuinas, el bosco, se llamaba aquél lugar tan singular donde volvimos a instalarnos y ya para quedarnos todo el mes. A poco de llegar y mientras clavábamos las estacas de la tienda, se acercó una pareja con un niño de un año y medio, dando sus primeros pasos, eran suecos y además, la coincidencia quiso que aquélla pareja vivieran justo en frente de nuestro departamento en el barrio de Lund donde vivíamos. Se habían acercado al ver nuestra matrícula sueca de nuestro peugeot. Fue así como nos hicimos buenos amigos además de vecinos. 

Nos invitaron a cenar en su tienda esa noche y aceptamos encantados, nosotros llevaríamos pimientos asados y las ensaladas y ellos pondrían el resto de la barbacoa. Cuando conocimos aquella maravillosa tienda beduina, que habían heredado del padre de uno de ellos que a su vez, la traía desde que trabajaba como antropólogo en egipto. Era una tienda con varios compartimentos, con una lona marrón gruesa e impermeable, un lujo de jaima que nos cobijó esa noche como en los cuentos de las mil y una noches, una tormenta con rayos, truenos, y agua a raudales que caía sin clemencia, fueron el telón de fondo de esta velada, una cena con sabores exquisitos, un vino del Friuli que aportaron los amigos y una grapa también de esta zona que habíamos comprado en el supermercado del camping. Todo transcurrió entre risas e historias que contaban nuestros hijos, encantados al haber encontrado vecinos suecos en este lugar tan especial.

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