miércoles, 6 de mayo de 2020

CALLE LIBERTAD

HABÍA LLEGADO A MADRID PARA INSTALARME, poco a poco iba entrando en la dinámica  de la ciudad elegida y que había dejado seis años antes por factores sensibles, familiares y políticos. Volvía a una sociedad convulsionada con la apertura democrática, una ciudad explosiva y con ganas de romper las represiones sucesivas y expresar con franqueza las carcajadas frente a tanta censura y tanta hipocresía. Una ciudad que se llenó de poetas, de artistas, de teatros alternativos, y que despertaba poco a poco a una nueva forma de hacer - pedagogía para el cambio-. Mi visión, teñida con la experiencia vital que traía de mis años en  escandinavia absorbía con mucho positivismo el tono aperturista  de la ciudad. 

Pasados los primeros dos meses en casa de mi amiga con quien compartí ese tiempo de gracia en su casa de la calle "Libertad"  -hermoso nombre de calle-, para un momento expansivo y entusiasta de mi vida. Firmé el contrato de alquiler de la que luego sería nuestra casa durante cuatro años, en la calle hortaleza 74, 3º izquierda. Esta casa se hizo esperar pues la finca cayó en obras obligadas de rehabilitación y no me la entregaron hasta el 1ª de mayo de 1983. Mario llegó a Madrid con nuestros hijos en diciembre de 1982 y volvió a Escandinavia en enero. La noche anterior a que llegaran en tren desde Escandinavia, realizamos con mi amiga un  trabajo como figurantes en unos grandes almacenes, toda la noche, terminamos a las 7 de la mañana y yo salí con mucha prisa hacia la estación de trenes a recibirlos. Hacía cuatro meses que no les veía y soñaba con este reencuentro. 

Fue maravilloso descubrir que cuatro meses en sus vidas marcaban en ellos una nueva etapa de madurez y serenidad. Nos abrazamos los cuatro largo tiempo y nos comimos entre risas por el camino mientras charlábamos, todos los bollos que había comprado para desayunar. No dejaba de mirarlos, cada frase, cada gesto, hablaban en sueco entre ellos, ahí tomé conciencia nuevamente que la infancia de mis hijos se desarrolló en Lund, que su idioma cotidiano en la escuela, en el patio del barrio, y entre ellos era el sueco, que los libros que traían entre sus maños y que venían leyendo en el tren eran novelas infantiles del imaginario fantástico escandinavo, que su padre era ahora el referente más fuerte y que yo debía introducirme poco a poco nuevamente en sus vidas. Me golpeó en ese momento el no tener todavía nuestra casa en condiciones para esperarlos y que debíamos adaptarnos por algún tiempo en casa de mi amiga. La incertidumbre volvió a invadirme, no sin un dejo de sentimiento de culpa., pero los abrazos, la alegría y la curiosidad que manifestaban, suavizó mis dudas.

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