Empiezo esta escritura el martes 7 de mayo de 2024, después de un mes de haber llegado a Galicia. Ha pasado tiempo desde la última vez que estuve aquí. No aparecíamos por estos lugares y estoy deseosa de retomar mis diarios. He colocado la mesa en el jardín, como solía hacerlo antes, cuando en el inicio de nuestras largas estancias en estas tierras me acostumbré a escribir mi diario. Cada mañana, con la mesa y el sillón colocados entre la hierba alta, en este pequeño jardín-oasis que habíamos creado con Mario junto a nuestra casa de piedra, narraba lo que vivíamos y hacíamos día a día para levantar esta cabaña en semiabandono y convertirla en un lugar habitable. Teníamos mucho entusiasmo y el deseo de mantener viva esta cabaña de piedra que resistía desde hacía más de cien años. Comenzamos creando una valla de plantas que nos aislara del ruido de la calle y, al mismo tiempo, nos permitiera escuchar el murmullo del agua que baja encajonada desde el monte, a través de distintos canales de riego para los huertos y sembradíos del vecindario. Uno de esos canales desemboca en el lavadero de la pequeña aldea. Esa sensación fresca y vecinal que sentía cuando vivía nuestra vecina Manola y cuando los habitantes de Ruño araban sus campos frente a nuestro prado ha ido cambiando con los años. Me vuelve la sonrisa al recordar los innumerables momentos vividos con mi nieto, con mis hijos y con los hermanos que llegaron hasta aquí desde Argentina para vernos y saber de nosotros. Les producía curiosidad cuando hablábamos de nuestra "cabaña gallega, tan llena de energía". Cuando les describía en cartas la sensación primaria que me producían estas casonas de piedra del siglo pasado, abandonadas en mitad de las aldeas o en soledad, entre los árboles de bosques que poco a poco las cubrían con enredaderas y maleza, sellando sus ventanas, sus puertas, sus accesos y sus chimeneas, me invadía una mezcla de perplejidad y melancolía. Tengo grabadas en la memoria las estancias con mi abuela y mis tías cuando era una niña de seis o siete años, en medio de campos extensos y boscosos, donde la casa familiar se erguía solitaria, como si en el mundo no existieran más habitantes que los que allí se movían. Recuerdo sus animales: vacas, caballos, gallinas, pájaros y hasta un ñandú que corría desplegando sus alas como si fuera el verdadero dueño de aquel territorio. Aquí, en nuestra cabaña de piedra, todo es distinto. Los huertos y las parcelas de labranza colindan en una armonía desordenada. Las casonas, rodeadas de galpones, cobertizos, gallineros y leñeros, con sus respectivos enseres, conviven con los sembrados y las maquinarias de uso: tractores, cortadoras, segadoras. Todo se almacena pegado a las habitaciones donde transcurre la vida cotidiana de sus moradores. Aquel día llegaban todos. Ya habíamos construido el baño, en el espacio donde antes estaba el horno de la lareira. Era un paso fundamental para que nuestra cabaña se convirtiera, aunque precariamente, en un sitio habitable. También habíamos terminado la escalera de piedra que ascendía a la que sería la habitación de Paula y Christian, con la posible llegada de Fredrik, mientras la vieja cabaña nos albergaría solo a Mario y a mí. La naturaleza era exuberante; las plantaciones de mayo y junio estaban en su punto de explosión veraniega. Christian se integraba con rapidez en este universo húmedo y fresco. Las libélulas turquesas revoloteaban alrededor de los charcos y junto a la cascada de aguas bulliciosas que alcanzaban el lavadero, donde cada día bajaban algunos vecinos a lavar la ropa o a recoger agua fresca.
ARTISTA ESCULTORA GEÓMETRA ACCIONISTA ////// BOSQUES POLIÉDRICOS : EMERGING WILDLIFE : PAJARITAS : RASTROS
miércoles, 5 de marzo de 2025
Llegada
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