compartieron una manera de entender la política como una ética en acto. En su horizonte no se trataba de administrar, sino de ampliar las libertades reales, de dar a la ciudadanía la posibilidad de vivir con dignidad y pensamiento crítico. Palme lo hizo desde la socialdemocracia nórdica, defendiendo un Estado fuerte que protegiera la igualdad; Tierno desde la ironía pedagógica que desarmaba inercias autoritarias; Maragall desde un europeísmo abierto que confiaba en la descentralización y la pluralidad. Esa concepción se traducía en una democracia vivida, donde la ciudadanía no solo vota, sino que participa, se expresa y construye colectivamente. Palme incorporó a los sindicatos y movimientos sociales como interlocutores del poder. Tierno convirtió a Madrid en un espacio de libertad tras la asfixia franquista, dando voz a quienes nunca la habían tenido. Maragall confió en la corresponsabilidad ciudadana para repensar Barcelona, desde la escala de los barrios hasta el gran relato olímpico. En todos los casos, la cultura fue motor central. Para Palme, era un derecho social vinculado a la educación; para Tierno, un torrente creativo que, en la Movida madrileña, desbordaba los márgenes oficiales; para Maragall, un instrumento de proyección urbana, que usó arquitectura, diseño y arte como herramientas para reinventar Barcelona y situarla en el mapa global. La cultura, entendida como emancipación, fue el verdadero cemento de su acción política. Finalmente, los tres abrieron su mirada hacia fuera. Palme con su internacionalismo solidario, denunciando guerras e injusticias en todo el mundo. Tierno, conectando a Madrid con la modernidad europea. Maragall, impulsando una Barcelona cosmopolita, anfitriona de los Juegos Olímpicos y laboratorio urbano de alcance mundial. Su legado es la convicción de que progreso significa democratizar, culturizar y abrir horizontes, siempre desde una política humanista.
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