Se caracterizan por su ubicación en lugares elevados y estratégicos, sus murallas defensivas de piedra y tierra, y las viviendas de planta circular. Algunos castros notables incluyen el Castro de Baroña, el Castro de Santa Trega y el Castro de Viladonga, todos ellos situados en colinas o montañas, con vistas al mar y a las zonas de actividad agrícola. Estos asentamientos estaban rodeados por fosos o potentes muros de piedra. La vivienda de planta circular fue la más habitual, aunque con la llegada de los romanos también se adoptaron formas cuadradas o rectangulares. Además de su carácter defensivo, los castros funcionaron como centros sociales y económicos. El Castro de Baroña (A Coruña), el Castro de Santa Trega (Pontevedra), el Castro de Viladonga (Lugo) y el Castro de San Cibrao (Ourense) constituyen ejemplos emblemáticos. Los castros son verdaderos legados arqueológicos de la cultura castreña y se consideran entre los más impresionantes de la Europa atlántica, pues permiten visualizar cómo era la vida en aquellos antiguos asentamientos.
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