Las vanguardias rusas emergieron entre 1890 y 1930, coincidiendo con un periodo de intensos cambios sociales y políticos. Estos movimientos artísticos, influenciados por la Revolución, abarcaron corrientes como el neoprimitivismo, el rayonismo, el constructivismo y el suprematismo. En todos ellos, la geometría pura, la síntesis conceptual y la estructura formal fueron elementos clave, configurando una nueva estética de ruptura con el academicismo tradicional.
Tras la Revolución Bolchevique del 25 de octubre de 1917, el arte experimentó una transformación radical. En el breve intervalo entre la caída del zarismo y la consolidación del poder soviético, se vivió un auge creativo sin precedentes. En este contexto, el arte se politizó, generando tensiones entre distintos enfoques: mientras algunos creadores defendían una expresión subjetiva y autónoma, otros apostaban por un arte funcional al servicio del comunismo. Tal fue la intensidad del debate que se dice que Kazimir Malévich y Vladímir Tatlin llegaron a los golpes en una exposición conjunta, reflejando la fuerte rivalidad entre el suprematismo y el constructivismo.
Artistas como Malévich, Tatlin, Kandinsky, Chagall, El Lissitzky y Ródchenko, junto a figuras femeninas influyentes como Goncharova, Exter, Popova y Stepánova, configuraron un lenguaje visual acorde con la utopía socialista. Malévich, con su concepto de "abstracción pura", propuso un arte no objetivo basado en la supremacía de la sensación, mientras que Stepánova, en obras como Ejército Rojo, integró la estética geométrica con la propaganda revolucionaria.
El constructivismo llevó esta transformación más allá del lienzo: arte y ingeniería se fusionaron en el diseño de carteles, arquitectura y objetos utilitarios. Surgieron los fotomontajes, y la estética de la geometría y los colores primarios se convirtió en el nuevo lenguaje visual del comunismo, consolidando una revolución no solo política, sino también artística.
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