La exaltación de los colores en espirales envolventes, enmarcando atardeceres y trigales en plena efervescencia, son las palabras que me surgen al pensar en el pintor neerlandés Vincent Willem van Gogh, uno de los máximos exponentes del postimpresionismo. Pintó una infinidad de cuadros, muchos autorretratos e innumerables dibujos. Nació en Zundert, Países Bajos, en 1853, y murió en Auvers-sur-Oise, Francia, en 1890. Sus influencias fueron los impresionistas, los posimpresionistas y los puntillistas, pintores que, como él —Claude Monet o Paul Cézanne—, marcaron la sensibilidad de una época al abordar la naturaleza y las escenas sociales de un período clave de nuestra historia. Una figura central en su vida fue su hermano Theo, menor que él, marchante de arte, quien le brindó un apoyo afectivo y financiero incondicional, constante y desinteresado. La gran amistad entre ellos está documentada en las numerosas cartas que se intercambiaron desde agosto de 1872, de las cuales se conservan unas 650 dirigidas a Theo y otras hasta 800 para familiares y amigos.
Desde joven mostró inclinación por el dibujo. Su primer trabajo fue en una galería de arte; luego fue pastor protestante y, en 1879, a los 26 años, se marchó como misionero a una región minera de Bélgica, donde comenzó a dibujar a la gente de la comunidad local. En 1885 realiza su gran obra, Los comedores de patatas. En esa época su paleta era opaca, con tonos sombríos. La luz y la preferencia por los colores vivos que impregnan sus obras posteriores aparecen al trasladarse al sur de Francia, donde alcanza su plenitud durante su estancia en Arlés, en 1888. El reconocimiento le llegó solo después de su muerte, con una retrospectiva en 1890. Hoy es uno de los grandes nombres en la historia de la pintura e influyó profundamente en los expresionistas alemanes y los fauvistas, como Matisse, Derain y Kees van Dongen. Murió a los 37 años por una herida de bala: suicidio u homicidio involuntario. Sobre su infancia, Van Gogh comentó: “Mi primera juventud fue alegre, fría y estéril.” Cuando se instala en Montmartre, empieza a relacionarse con Émile Bernard, Henri de Toulouse-Lautrec, Paul Gauguin, Georges-Pierre Seurat, Paul Signac, Armand Guillaumin, Camille Pissarro y Paul Cézanne. Admira también el arte japonés —Ciruelo en flor, Puente bajo la lluvia—. En esa época soñaba con crear un taller de artistas, al que invitó a Gauguin, Seurat, Signac y Bernard. El único que aceptó fue Gauguin, entonces endeudado, quien veía en Theo un posible apoyo económico. Theo asumió sus deudas, y así Gauguin se unió a Van Gogh en Arlés. Sin embargo, un oscuro suceso —la pérdida de una oreja por parte de Vincent— provocó la ruptura definitiva entre ambos. En julio de 1890, a los 37 años, murió tras recibir un disparo, quizá fortuito, quizá voluntario. Su hermano Theo ingresó poco después en una clínica en Utrecht, donde falleció en enero de 1891, apenas seis meses más tarde.

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