Pasadosos ocho años de nuestra salida de Argentina, ya instalados en madrid después de nuestra estancia de seis años en Suecia, mis hijos preparaban con moción y nerviosismo sus vacaciones escolares. Viajarían solos a ver a sus tíos, primos y abuelos al cono sur. Antonio cumplió sus dos años a los pocos días de haber pisado suelo europeo y Paula no había estrenado aún sus cinco. Digo esto porque pienso que aquél universo de afectos y de presencias muy queridas debían parecerles un bosque encantado y desconocido. En el mes de junio, mes en que se celebraba la feria del libro en Madrid, y coincidiendo con los últimos días de colegio, Antonio enfermó repentinamente. Fiebre alta y desarreglos estomacales. Asustados por lo sorpresivo de la situación fuimos al hospital del Niño Jesús a urgencias. Eran las once de la noche como suele suceder. Permanecimos en los pasillos del hospital largo rato, las corrientes de aire se sucedían mientras el nerviosismo nuestro aumentaba proporcionalmente a la fiebre de Antonio.
No se cuanto tiempo transcurrió hasta que le tocó el turno a nuestro pequeño que parecía una hoja mustia y abatida. Por supuesto que quedó ingresado y a nosotros no nos permitieron quedarnos en la habitación a pesar de que yo intenté explicarles que mi niño necesitaba el apoyo nuestro. A las siete de la mañana del día siguiente estábamos en la puerta esperando que nos permitieran entrar. Le diagnosticaron pulmonía y le hospitalización por algunos días. El viaje soñado a Argentina tambaleaba frente a este inoportuno imponderable, fue lo primero que me dijo cuando entramos en la sala con los cruasanes y las frutas. Mamá que pasará con el viaje, a lo que yo respondí, tranquilo que te pondrás bueno, y muy bueno en unos días. Para hacer menos dramática la internación Mario le compró una televisión pequeña para que viera sus programas favoritos y para que invitara a los amigos también ingresados con él a compartir la tarde de dibujos animados. Su profesor de lengua, un maestro maravilloso que consiguió que una clase comleta de chavales leyeran libros con verdadero frenesí, traía a los alumnos a visitarlo haciendo que antes visitaran la feria del libro y compraran entre todos alguno para Antonio, que ya en esa época era un un verdadero devorador de literatura.
Pasados algunos días entre todos habíamos conseguido que Antonio se sintiera cómodo y seguro superando su desasosiego al quedarse sin nosotros. Ahora contaré el episodio que lo define con sólo ocho años. Llegué temprano como todos los días , entré con prisa pues tenía una clase más tarde. Lo noté nervioso y contrariado impropio de él que si por algo se caracteriza es por su templanza y su tranquilidad. Sin esperar a que yo preguntara nada, me contó su pesar. Mamá, me dijo, ha venido un cura y me ha dicho que rezáramos y yo le he respondido que yo no rezo porque soy "mateo", mateo me preguntó el cura con extrañeza, querrás decir "ateo", a sí eso eso le he contentado yo y el cura me ha dicho que bien, que pasaría de todos modos otro día a saludarme. Mi respuesta fue breve y sin ampliarla. Bien has respondido correctamente. Sin más dilación cogió la bolsa con los cruasanes y retomó su lectura después de acomodarle bien su cama, colocarle los cojines y darle un beso. El tan ansiado viaje se realizó como estaba planeado , el primer día de julio cogieron un avión para reencontrarse con su querida abuela, su tío y su prima que los esperaban en el aeropuerto. Fueron dos meses de abrazos y besos familiares que creo los acompañan hasta hoy.
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