miércoles, 8 de abril de 2020

El viaje de vuelta




Pasadosos ocho años de nuestra salida de Argentina, ya instalados en madrid después de nuestra estancia de seis años en Suecia, mis hijos preparaban con  moción y nerviosismo sus vacaciones escolares. Viajarían solos a ver a sus tíos, primos y abuelos al cono sur. Antonio cumplió sus dos años a los pocos días de haber pisado suelo europeo y Paula no había estrenado aún sus cinco. Digo esto porque pienso que aquél universo de afectos y de presencias muy queridas debían parecerles un bosque encantado y desconocido. En el mes de junio, mes en que se celebraba la feria del libro en Madrid, y coincidiendo con los últimos días de colegio, Antonio enfermó repentinamente. Fiebre alta y desarreglos estomacales.  Asustados por lo sorpresivo de la situación fuimos al hospital del Niño Jesús a urgencias. Eran las  once de la noche como suele suceder. Permanecimos en los pasillos del hospital largo rato, las corrientes de aire se sucedían mientras el nerviosismo nuestro aumentaba proporcionalmente a la fiebre de Antonio. 


No se cuanto tiempo transcurrió hasta que le tocó el turno a nuestro pequeño que parecía una hoja mustia y abatida. Por supuesto que quedó ingresado y a nosotros no nos permitieron quedarnos en la habitación a pesar de que yo intenté explicarles que mi niño necesitaba el apoyo nuestro. A las siete de la mañana del día siguiente estábamos en la puerta esperando que nos permitieran entrar. Le diagnosticaron pulmonía y le hospitalización por algunos días. El viaje soñado a Argentina tambaleaba frente a este inoportuno imponderable, fue lo primero que me dijo cuando entramos en la sala con los cruasanes y las frutas. Mamá que pasará con el viaje, a lo que yo respondí, tranquilo que te pondrás bueno, y muy bueno en unos días. Para hacer menos dramática la internación Mario le compró una televisión pequeña para que viera sus programas favoritos y para que invitara a los amigos también ingresados con él a compartir la tarde de dibujos animados. Su profesor de lengua, un maestro maravilloso que consiguió que una clase comleta de chavales leyeran libros con verdadero frenesí, traía a los alumnos a visitarlo haciendo que antes visitaran la feria del libro y compraran entre todos alguno para Antonio, que ya en esa época era un un verdadero devorador de literatura. 

Pasados algunos días entre todos habíamos conseguido que Antonio se sintiera cómodo y seguro superando su desasosiego al quedarse sin nosotros. Ahora contaré el episodio que lo define con sólo ocho años. Llegué temprano como todos los días , entré con prisa pues tenía una clase más tarde. Lo noté nervioso y contrariado impropio de él que si por algo se caracteriza es por su templanza y su tranquilidad. Sin esperar a que yo preguntara nada, me contó su pesar. Mamá, me dijo, ha venido un cura y me ha dicho que rezáramos y yo le he respondido que yo no rezo  porque soy "mateo", mateo me preguntó el cura con extrañeza, querrás decir "ateo", a sí eso eso le he contentado yo y el cura me ha dicho que bien, que pasaría de todos modos otro día a saludarme. Mi respuesta fue breve y sin ampliarla. Bien has respondido correctamente. Sin más dilación cogió la bolsa con los cruasanes y retomó su lectura después de acomodarle bien su cama, colocarle los cojines y darle un beso. El tan ansiado viaje se realizó como estaba planeado , el primer día de julio cogieron un avión para reencontrarse con su querida abuela, su tío y su prima que los esperaban en el aeropuerto. Fueron dos meses de abrazos y besos familiares que creo los acompañan hasta hoy.



























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