Joan Manuel Serrat y Joan Báez, quienes con sus voces tejieron el telón de fondo de mis primeros sueños e ideales; hoy, más allá del tiempo, imagino sus almas artísticas entrelazadas en una interpretación simbólica de Kum Ba Ya y Ay pena, penita, pena, como si en ese acto musical se fundieran la plegaria y el lamento, la ternura y la resistencia, la raíz popular y el susurro universal de dos pueblos distantes pero hermanados por la canción y la conciencia, y es que estas dos figuras luminosas no solo encarnaron la música, sino también el compromiso, la belleza crítica y la dulzura que florece en la melancolía de lo auténtico, dos luces claras a través del tiempo, guardianas del fuego interior que aún arde en quienes fuimos marcados por su arte; la memoria, siempre fiel, las lleva consigo y las reproduce con un matiz más dulce, como si el paso de los años filtrara los recuerdos para dejar solo lo esencial: la emoción intacta, la melodía que resiste y el corazón que vibra con la misma intensidad que entonces, y así, en este domingo apacible, les envío un pensamiento, un suspiro y un beso agradecido por haberme acompañado siempre con su música, incluso cuando el mundo parecía más grande e inabarcable.
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