Allí descubrí a los grandes maestros y me fui enamorando del trabajo de cada uno gracias a las narraciones apasionadas de nuestros profesores, siempre empeñados en elegir las diapositivas más significativas para dejarnos una huella perdurable. Recuerdo aquellos talleres como verdaderas madrigueras creativas: el aroma de la madera y del barniz conviviendo con el hierro recién forjado, el barro húmedo, las escayolas aún tiernas, los acrílicos, las resinas, el poliéster, el aguarrás, los óleos y las tintas. También recuerdo el olor de los altos tubos que hacían de estufas de gasóleo, esforzándose por templar esos hangares fríos y altísimos que, en pleno fragor del trabajo, se transformaban para nosotros en auténticas escuelas del buen hacer. Cuando caía la tarde subíamos a una sala más recogida y cálida. Allí posaba la modelo durante unas horas, revelándonos la belleza del cuerpo desnudo que debíamos aprender a traducir al lienzo, al barro o a la piedra que intentábamos tallar con dedicación. En esa misma habitación veíamos también las diapositivas de los universos íntimos de los artistas: sus espacios de trabajo, sus discusiones, sus manifiestos, sus corrientes nacientes y esas nuevas ensoñaciones que alimentan el impulso creativo.
jueves, 27 de noviembre de 2025
Pasé horas felices en los talleres de escultura, pintura y grabado, y en la sala de actos donde nos introducían en la historia del arte y en el arte a través del tiempo.
Allí descubrí a los grandes maestros y me fui enamorando del trabajo de cada uno gracias a las narraciones apasionadas de nuestros profesores, siempre empeñados en elegir las diapositivas más significativas para dejarnos una huella perdurable. Recuerdo aquellos talleres como verdaderas madrigueras creativas: el aroma de la madera y del barniz conviviendo con el hierro recién forjado, el barro húmedo, las escayolas aún tiernas, los acrílicos, las resinas, el poliéster, el aguarrás, los óleos y las tintas. También recuerdo el olor de los altos tubos que hacían de estufas de gasóleo, esforzándose por templar esos hangares fríos y altísimos que, en pleno fragor del trabajo, se transformaban para nosotros en auténticas escuelas del buen hacer. Cuando caía la tarde subíamos a una sala más recogida y cálida. Allí posaba la modelo durante unas horas, revelándonos la belleza del cuerpo desnudo que debíamos aprender a traducir al lienzo, al barro o a la piedra que intentábamos tallar con dedicación. En esa misma habitación veíamos también las diapositivas de los universos íntimos de los artistas: sus espacios de trabajo, sus discusiones, sus manifiestos, sus corrientes nacientes y esas nuevas ensoñaciones que alimentan el impulso creativo.
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