Habíamos dividido nuestra casa familiar en dos espacios estancos. En uno de ellos decidimos vivir Mario y yo, ya que los hijos habían emprendido sus nuevas vidas de jóvenes adultos, profesionales y amantes de la independencia de la que habían disfrutado siempre. Antonio, que había vivido más de cuatro años en Holanda, continuó con su formación itinerante por todo el mundo, siempre vinculado a la arquitectura, su profesión, y el arte, su pasión. Paula se instaló en Escandinavia y se vinculó a la arquitectura y al urbanismo, ambas disciplinas que forman parte de su profesión, y al arte, como patrimonio familiar. Paula se unió como pareja a un arquitecto noruego y tuvieron un hijo, nuestra estrella y compañero de aventuras desde entonces. Gran dibujante desde muy pequeño y con una sensibilidad fuera de lo común, dotado de un poder especial para la observación y para la traslación al papel de esas impresiones. Hay siempre en estas virtudes raíces que se heredan naturalmente y se desarrollan como en una sinfonía de Mozart o de Beethoven. La relación de mi hija y su familia con España y, en especial, con Madrid siempre ha sido muy regular, con varios viajes anuales desde Escandinavia. Esta frecuencia motivó una familiaridad de nuestro nieto con el entorno familiar en Madrid, que luego también se extendió a Argentina. Las visitas a Madrid despertaban en él una alegría y una curiosidad entusiasta y activa. Las propuestas se fueron desarrollando a medida que sumaba años e intereses. Faunia, los parques zoológicos, los jardines botánicos, las jugueterías y librerías fueron dejando espacio para los museos y los lugares deportivos, siempre matizados por la elección de libros, películas para ver en casa o la visita a los mercados para elegir, descubrir y embelesarse con la oferta de frutas exóticas y verduras raras que iba agregando a sus comidas diarias y que las dibujaba lo mismo que a los animales de los parques zoológicos o aquellos que descubría en los bazares chinos.
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