martes, 11 de marzo de 2025

Celebración











La Mona Lisa – Leonardo da Vinci (1503-1506)
El retrato más icónico de la historia, famoso por su técnica sfumato y su enigmática expresión.
La Capilla Sixtina (El Juicio Final y la Creación de Adán) – Miguel Ángel (1508-1512, 1536-1541)
Una obra maestra del fresco que define la grandeza del Renacimiento.
Las Meninas – Diego Velázquez (1656)
Un juego magistral de perspectiva, luz y mirada dentro de la pintura barroca.
La Noche Estrellada – Vincent van Gogh (1889)
Un hito del postimpresionismo que captura la emoción y la psicología a través del color.
Impresión, sol naciente – Claude Monet (1872)
Obra que dio nombre al Impresionismo y revolucionó la pintura moderna.
El Grito – Edvard Munch (1893)
Expresión del existencialismo y la angustia humana en el arte.
Guernica – Pablo Picasso (1937)
Símbolo del horror de la guerra y una de las obras políticas más potentes del siglo XX.
La Persistencia de la Memoria – Salvador Dalí (1931)
Una imagen icónica del surrealismo con sus relojes derretidos.
Número 1, 1950 (Lavender Mist) – Jackson Pollock (1950)
Representación del expresionismo abstracto y la acción pictórica.
Díptico de Marilyn – Andy Warhol (1962)






 

Mario 75





Desde los 18 años, allá por 1968, conocí a Mario. Éramos estudiantes universitarios en una época en la que los movimientos sociales contra la dictadura coincidían con las grandes protestas a nivel mundial en el marco de los movimientos sociales de 1968. Aquella época dictatorial instalada en Argentina hizo que se abolieran los partidos políticos, provocando el fortalecimiento de algunas corrientes sindicales combativas y la radicalización del movimiento estudiantil. En este contexto, impregnado de acciones reivindicativas de libertad en el ámbito cultural, artístico, social y político, donde las ideas exigían un canal de reflexión y conciencia, Mario estudiaba Filosofía y Ciencias Económicas, y yo estaba matriculada en Literatura y Bellas Artes. Ambos coincidimos en lo sentimental y en lo político, y nuestro mundo vital y social transcurrió integrado a los movimientos que, a nivel internacional, ponían al hombre pensante y creador de espacios sociales como motor de la renovación y el cambio. Han transcurrido ya 57 años desde aquellos tiempos jóvenes y entusiastas, y hoy, 11 de marzo de 2025, puedo decir que sigo enamorada del hombre que llevó adelante su vida junto a sus ideas con una autenticidad única. Tengo que destacar de su personalidad su sinceridad —no sabe mentir—, su honestidad, implacable en la consecución de sus ideales, además de su compañerismo y ternura, tanto conmigo, su compañera, como con sus hijos y ahora con su nieto. Familiarmente, fue el hijo menor, con tres hermanas que siempre le demostraron su cariño y respeto por sus ideas y su vida, y unos padres orgullosos de saberlo honesto, sincero y valioso en su compromiso vital. Hoy tengo que abrazarlo y pienso que he sido muy afortunada al compartir tantos años, toda una vida con él, en distintos países de este ajetreado mundo. Mario, felicidades por tus 75 años y por la hermosa compañía que hemos disfrutado contigo hasta hoy. Toda tu familia y la mía estamos muy agradecidos y deseamos que sigamos brindando por muchos años más.



 

Martes





 

Martes



lunes, 10 de marzo de 2025

Anécdotas de mi padre





 

Hoy, en su aniversario, me vienen a la memoria anécdotas que, en su impecable sencillez, dejaban traslucir un espíritu cargado de visiones, un imaginario callado que le sostuvo el alma para criar una familia amplia: primero, por los hermanos y hermanas; después, aún más, por los hijos de sus dos primeros matrimonios. Hubo también una tercera esposa que lo acompañó hasta su muerte y con quien pudo viajar a Europa, pues ella era española, de Gijón. Yo vivía en esos años en Suecia y viajé a España para verlos. Pasé varios días con ellos, paseamos juntos y visitamos lugares que a ambos les interesaban. Regresé a Suecia con regalos que habían comprado para mis hijos y para Mario. Recuerdo una anécdota. Tendría ocho o nueve años cuando vino a Córdoba a cantar Atahualpa Yupanqui, su poeta querido, aquel por el que solía rasgar, algún domingo, su antigua guitarra, guardada en un rincón del armario con una funda de tela floreada que aún recuerdo. Sentado en el patio de casa, nos hacía memorizar versos, como aquel de Rafael Obligado (1885-1920), considerado una de las cumbres de la literatura argentina:

                "Cuando la tarde se inclina, sollozando al                         occidente, corre una sombra doliente sobre la                     pampa argentina..."

         O aquel del canto popular:

                "Santos Vega, el payador, aquel de la larga                         fama, murió cantando su amor, como el pájaro en la                     rama."

Retomo la anécdota que quería contar. Aquel día, una calurosa tarde de verano, nos vestimos elegantes: mi madre, mi abuela, mi tía Alicia y los cinco hijos. Nos llevó al Teatro Griego, un gran anfiteatro al aire libre junto al Parque Sarmiento, nuestro gran parque cordobés, con su lago de botes de remos y el zoológico enclavado en medio del paisaje. Fuimos todos en autobús, la gran familia unida, para escuchar a Atahualpa, quien ya no se prodigaba por la ciudad, pues había comenzado su andadura europea. El anfiteatro estaba lleno, todos sentados entre las piedras de aquel magnífico recinto, esperando al poeta, como le llamaba mi padre. Esa noche fue mágica. Vi a mi padre disfrutar como si estuviera solo en aquel gran recinto, sumergido en el imaginario campero que su gran amigo narraba con voz susurrante, como si fuera una cabalgata solitaria por los corrales de su terruño.