miércoles, 17 de junio de 2020

LA ESPECIFICIDAD




Recordar el barrio donde transcurrió mi infancia me permite dibujar  una perspectiva clara hacia adelante, situar las calles arboladas, los lugares donde comprábamos todo lo que necesitábamos, no existían los supermercados donde los diversos géneros se exponen superpuestos, los jabones con los botones, los helados con las latas de conservas,los boquerones en vinagre tienen el mismo valor en la disposición en las estanterías que unas gaseosas o unas horquillas para el pelo o unas gafas de sol. Entonces, la especificidad tenía una importancia fundamental para la planificación y la organización de las horas del día. La lechería de don curelo, nos ofrecía además de la leche, los panes , criollitos, francés, pan flauta, negro, y todas las delicias que comíamos por la tarde después de la siesta, los cañoncitos de pastelera y de dulce leche, las milhojas, las chipacas y las palmeras hojaldradas., aquí comprábamos también las velas para las tortas de los cumpleaños, con los enanitos y la blancanieves para decorarlas. 


Estos negocios se ubicaban en la calle más transitada del barrio, la avenida juan b. Justo, ruta obligada para viajar al norte del país. Una calle comercial donde encontrábamos de todo. Mi madre nos llevaba a la zapatería "belgrano", en la misma calle juan b. Justo,  a todos, antes de comenzar las clases en el mes de marzo a probarnos los zapatos escolares, unos gomicuer que nos duraban prácticamente el año lectivo de comienzo hasta el final. Compraba las zapatillas pampero blancas para hacer gimnasia, reglamentarias y que solíamos blanquear con tiza humedecida y para el verano, las zapatillas boyero de lona de colores y sin cordones, frescas y de cambio rápido. Además de los zapatos festivos para cumpleaños, bodas y fechas especiales. Justo en frente estaba la "mercería tienda"" santa teresita". Que la atendía abraham, había llegado al barrio desde algún lugar y nosotros, entre los hermanos decíamos que de ¨constantinopla", cuando hacíamos algún juego y lo poníamos de referente. En esta tienda podíamos comprar de todo lo que se refería al mundo de la costura. Mi madre con  cinco hijos , más mis tías y mi abuela que se sumaban al grupo, comprábamos  mucho y muy variado, botones, puntillas, telas, hilos, lanas, telas para miriñaques, calcetines, flores para decorar solapas, pañuelos y un largo etcétera de pasamanerías propias de una casa donde la costura era el universo, abraham, excelente vendedor solía obsequiarnos a los niños con algún ramillete de jazmines de tela o algunos galones dorados dependiendo de las modas. 

Éramos muy buenos clientes y había que cuidarlos. Un poco más abajo, la heladería "la sanjuanina", un lugar muy grande, así lo recuerdo, techos muy altos y unos ventiladores de techo circulando todo el tiempo, umbrío y fresco, y unas neveras largas con tapas metálicas herméticas para mantener el frío, que cuando se abrían, destapaban aquellos recipientes cilíndricos con todos los sabores que se llevaban entonces, que no eran muchos; chocolate, vainilla, fresa, limón , pistacho y ya creo que no había más, los cucuruchos de barquillo no existían entonces, eran tarrinas del mismo pan con el que se fabricaban las hostias y que mi madre solía decirnos que las fabricaban las monjas de la congregación del huerto, que tenían su convento-colegio,  justo en frente de la heladería, por cierto mi hermana martha venía a las hermanas del huerto a  tomar clases de piano. El premio en verano, después de la recorrida de recados era comprarnos cada uno una tarrina con el sabor preferido.  

En invierno, se cerraba el negocio, las anginas eran frecuentes y los médicos no recomendaban tomar helados , pero la contradicción venía cuando te operaban de las amígdalas y te recetaban helados, eso, yo no lo entendía. El heladero que venía con su carrito a la puerta del colegio, lo hacía a partir del mes de noviembre, era entonces cuando la alegría por la proximidad de las vacaciones y del verano, nos embargaba. Estaba la farmacia alsion,  y la samamé; un poco más retirada pero donde éramos más asiduos por la cercanía con sus dueños, cuando regresábamos de la farmacia samamé donde nos mandaban a comprar las recetas que el médico de cabecera , el doctor matusevich, prescribía, solíamos quedarnos un rato, contemplando a través de la ventana, siempre abierta, amplia y a pie de calle, al profesor scieppaquercia, profesor de dibujo en el colegio y afamado pintor de escenas portuarias, barcos con redes y pescadores, el fuerte olor al óleo y la trementina, todavía me trae recuerdos de ese viejo profesor, otro de los habitantes del barrio. El polaco gurvich, mimbrero de profesión, vivía al lado del pintor y era el que siempre le construyó a mi padre, todos los canastos, pequeñas maletas de mimbre con estructuras de madera donde mi padre transportaba todo lo necesario en sus viajes al campo. No puedo dejar de mencionar a las dos modistas, que nos cosieron desde abrigos (tapados), sacones, de invierno trajes de todo tipo, invierno y verano, en aquéllas épocas donde las modistas lo confeccionaban todo. "nuncia!, era de alta costura, robusta, de voz gruesa y una picardía e inteligencia natural, dignas de reseñar, siempre nos abría la puerta con la cinta métrica colgada del cuello y los alfileres incrustados en las solapas  del delantal. Tardaba su tiempo en entregarte la prenda pero la maestría con la que cortaba y confeccionaba era impecable- "mercedes" era una modista más sencilla en el trato y con igual eficiencia en la resolución del encargo. Las visitas a las modistas después del colegio, por la tarde noche eran frecuentes.  

Mi padre llevaba a mi hermano pablo, al sastre, la especialidad hombres, estaba en manos de hombres, curiosidades que el tiempo hizo evolucionar hacia la unificación de criterios y de perfiles.

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